Aquí van 4 señales más que indican que estoy desregulada.
Cuando necesito MORDER algo; no a alguien, eso me daría mucha aprensión. Esto me suele ocurrir cuando llevo un rato o unos días apretando mucho los dientes. Así que diría que es una señal de desregulación total.
Me RASCO la cabeza, de manera compulsiva e intensa, hasta hacerme pequeñas heridas. Me di cuenta porque en la peluquería a veces me escocían algunos productos.
Necesito ANDAR de lado a lado mientras hago estiramientos con los brazos y movimientos circulares con las manos. Está claro que bailar sevillanas es de lo más regulador que puedo hacer.
No dejo de CANTURREAR con la boca cerrada y en bucle. Muchas veces suelo acompañar el canturreo con secuencias de números en mi cabeza.
El shutdown lo siento como un apagón, como si me quedara sin batería. A veces de manera gradual y otras veces sin avisar.
ANTES DEL DIAGNÓSTICO Una de las cosas que más interferían en mi vida diaria, sobre todo en la edad adulta, era que cada vez me costaba más salir de casa el fin de semana tras una semana laboral intensa, con muchas interacciones sociales. Sentía un agotamiento inexplicable y la necesidad de no tener ningún tipo de interacción social. Cada vez me aislaba más y más. Me sentía muy mal por estar así y no poder entender nada. Encima, cuando intentaba explicarlo a varios profesionales, todos lo “normalizaban” diciendo que debía ser estrés y/o depresión. Yo sabía que era otra cosa pero me resultaba imposible poder saber el qué. A parte de la propia frustración por no entender qué me pasaba, sentía que mi entorno me veían como una vaga o una cuentista… e incluso una mentirosa por buscar excusas absurdas para no ir a los sitios.
TRAS OBTENER EL DIAGNÓSTICO Una de las cosas que descubrí al obtener el diagnóstico fue el concepto de “shutdown”, de apagón sensorial y agotamiento emocional. Por fin entendí por qué tenía esa necesidad inexplicable de estar en casa sola y era incapaz de hacer nada. Al final del artículo dejaré el link de un artículo donde explico con más detalle lo que siento en esos momentos. Ahora tengo claro que estos shutdowns son la consecuencia de tener que seguir un ritmo trepidante de una sociedad diseñada por y para algunos; dando por supuesto y obvio, que quien sale de lo “normal” debe adaptarse a lo estandarizado.
Esa adaptación continua me agota, me deja sin energía. Pero lo grave es que, encima, parece que no puedo permitirme parar cuando lo necesito, porque está mal visto. Porque, de momento, yo tengo que adaptarme a lo que está establecido como “normal” sin tener en cuenta mis necesidades y las consecuencias que supone para mi salud mental esta adaptación continua. Es por este motivo por el que pido una reciprocidad en esa “adaptación”, para poder construir una sociedad para todos. No me cansaré de repetir que el cambio de paradigma es muy necesario y urgente.
Hace unos meses escribí un artículo donde hablo de manera más extendida sobre lo que siento en estos momentos de apagón / shutdown. Lo podéis leer aquí.
Cuando me preguntan si me gusta el silencio, siempre respondo que me gusta el silencio acompañado.
Suelo hablar de mi hipersensibilidad con los ruidos. De la sensación de aturdimiento, y bloqueo absoluto, que siento cuando hay mucho ruido a mi alrededor. Con esto podría dar a entender que adoro el silencio, ¿verdad? Pues no, el silencio me pone muy nerviosa. Aunque parezca algo contradictorio y absurdo.
Voy a intentar explicarme, poniendo algunos ejemplos:
En casa Me he dado cuenta de que siempre tengo la música o la TV puesta. Lo hago de manera casi automatizada desde que me despierto hasta que me voy a dormir. Muchas veces no la escucho ni la veo, pero al tenerla, con un volumen más bien bajo, es como si incorporara un “ruido de fondo” que hace que no escuche los ruidos de la nevera, del ascensor de la finca, de los vecinos, de los coches… Es como si este ruido de fondo que yo elijo, cancelara muchos ruidos que no me dejan hacer nada. De adolescente recuerdo estudiar siempre con música. Sin ella me resultaba (más) imposible.
En el colegio y en la universidad. Uno de los motivos por los que creo que no quise pude estudiar es porque en los exámenes lo pasaba realmente mal por el silencio. Dato freak: me dan ataques de risa cuando escucho los ruidos de las tripas. En los exámenes estaba más pendiente de cada ruidito, externo o de mi propio cuerpo, que del mismo examen. Me resultaba casi imposible concentrarme.
Otros lugares Siempre me ha sorprendido lo mucho que me gustan las librerías y, sin embargo, soy incapaz de ir a una biblioteca. Ahora lo entiendo: me resultaba insoportable ese silencio. Por otro lado, cuando estoy en una reunión u otros sitios donde hay silencio, sin darme cuenta me pongo a canturrear con la boca cerrada, intentando equilibrar ese silencio y regularme para aguantar ahí dentro como sea.
En conversaciones Quien me conoce sabe que siempre pongo música aunque estemos charlando tranquilamente en casa. Cualquier ruido que escuche, aunque sea casi imperceptible, no me deja seguir una conversación. No es un sonido que me resulte insoportable, ni siquiera muy fuerte. Pero me interfiere de tal manera, que no puedo centrar mi atención en otra cosa. Es como si mi cerebro se focalizara en ese ruido y no pudiese atender a nada más. Y por mucho que me esfuerce, no puedo evitarlo hasta que lo “elimino”.
Así pues, el silencio para mí es esa zona de confort en la que no hay un ruido que me deje aturdida y, a la vez, exista un “ruido” que me permita centrarme en lo que quiero hacer o atender. ¡Ah! Un silencio acompañado que adoro es el silencio de la playa con la melodía de las olas del mar, o el silencio de la montaña con el viento y los animales.
Tras a primera parte, en la que nombré 5 señales que me indican que estoy desregulada, hoy sigo con la segunda parte, nombrando 3 señales más:
Cuando necesito pellizcarme las manos, las piernas y/o los brazos (en este orden). Esto suele ocurrirme, por ejemplo: en reuniones que se me están haciendo demasiado largas o en situaciones donde llevo demasiado rato enmascarando. Es una señal de que estoy sobrepasando mi límite. La parte negativa es que suele dejar “marca”.
La vista borrosa es una clara señal de que estoy muy desregulada y no he sido capaz de detectarlo con señales previas. Vamos, que he sobrepasado todos los límites. Esto puede durar unas horas o unos días. Cuando precede a una crisis de ansiedad, aparece y desaparece de forma repentina. No es lo mismo.
Siento una hipersensibilidad extrema en los brazos y las piernas. Me duele hasta que me rocen. Sobre todo en los brazos, en la parte entre el hombro y el codo.
He hablado muchas veces de uno de mis grandes descubrimientos (y súper interés): mi DIS (Desorden de Integración Sensorial). Hoy quiero iniciar un apartado nuevo en el que iré enumerando señales que voy aprendiendo a detectar y que indican que estoy desregulada.
Lo ideal será lograr no llegar a la desregulación, teniendo estrategias de regulación previas a superar todos los límites. Pero, de momento, creo que no está nada mal este primer paso en detectar esta desregulación y aprender a reconducirla.
Hoy empiezo con 5 señales inequívocas de que estoy desregulada;
Cuando no dejo de apretar los dientes. Además, los aprieto tan fuerte que me puedo despertar de noche (aunque use las férulas) y/o provocarme dolores de cabeza insoportables. Así como tener problemas en la articulación temporomandibular (ATM).
Siento escalofríos y, según va a más la desregulación, los siento con más frecuencia. Es como una necesidad de expulsar un exceso de energía que puedo aliviar un poco con aleteos, gritando, dando vueltas o andando deprisa. O todo junto bailando y escuchando música.
La necesidad de llevar más peso. Me doy cuenta, por ejemplo, cuando al salir de casa, siento como si llevara el bolso vacío y no es así (llevo lo mismo de siempre). Esos días necesito sumar más peso del habitual con una mochila, bolsas, etc.
Al rascarme las palmas de las manos, o la cabeza, de manera compulsiva. Las manos suelo rascármelas, también, con alguna superficie rugosa.
Tengo menos tolerancia de lo normal a los ruidos. No soporto ni mi propia respiración. Y, aunque parezca contradictorio, suelo ponerme música con los auriculares, porque escucho tantos ruidos del exterior, o de mi propio cuerpo, que siento que enloquecería.
Recordad que el perfil sensorial de cada persona es único y variable en el tiempo.
Siempre digo que no me gustan los abrazos, pero creo que no es exactamente así. Quizás es más correcto decir que no me gusta cualquier abrazo. Hay un detalle importante y es que: prefiero abrazar a que me abracen. Eso sí, reconozco que abrazo poco, muy poco.
No me gustan los abrazos superficiales, pero sí que me gustan, y necesito, los abrazos profundos; esos que te dejan casi sin respiración. Una vez más me voy a los extremos y soy contradictoria (¡así soy!).
Tengo que decir que esta es una de las cosas que me intriga encontrar el “porqué”. Y estamos en ello con Júlia (Terapeuta Ocupacional), analizando cada cosita para ir entendiendo muchos porqués e ir ordenando cosas.
Al analizarlo por mi cuenta, pienso que no me gusta abrazar en general porque es una clara invasión de mi espacio. Y ya sabemos que el contacto físico suele generarme malestar. Además, seguro que también influyen los olores y otros tantos estímulos que recibo con tanta proximidad física. Por otro lado, entiendo que los abrazos profundos son súper reguladores para mí porque necesito sentir más presión (tacto profundo) para regularme ante tantísimo estímulo. Y con mis teorías me estoy haciendo unas mezclas interesantes de “hiper” e “hipo” que no habrá quien me entienda, pero que estudiaré intensamente las próximas semanas 🙂
Por último, y no menos importante: yo siempre aviso antes de abrazar y pido permiso. Cosa que me encantaría que hicieran las otras personas conmigo. Y puestos a pedir, que nadie se ofendiera ni me señalara si mi respuesta es un no.
Sé que suena raro, pero pídeme permiso para abrazarnos.
Para mí la ducha es regulación, por el agua, y forma parte de mi rutina con un papel muy importante para activarme. A parte de que no soporto el olor a sudor y similares.
En uno de mis primeros artículos ya hablé de la ducha y la hipersensibilidad. Escribí sobre la curiosidad de que me había dado cuenta de que algunos días me molestaba el agua de la ducha. La siento como si fueran agujas microscópicas.
Para mí, sumergirme en el agua es algo totalmente regulador y diría que me activa. Sobre todo en el mar. Podría estar horas flotando en el mar mirando las nubes.
En la ducha no es lo mismo, pero me activa y regula de tal manera, que allí es donde diría que se me han ocurrido, por ejemplo, las mejores publicaciones o soluciones a problemas del trabajo. Me pongo en “modo creativa”. De hecho, a veces pienso en posibles soluciones para tener una pizarra allí 😉
Llevo unas semanas muy intensas. De hecho, Júlia, mi terapeuta ocupacional, en la sesión del jueves me comentó que intentara regular mucho estos días porque llevo mucho acumulado (tiene toda la razón).
Esta mañana la ducha pinchaba un montón. Hacía tiempo que no me pasaba. Curiosamente estaba poco creativa desde ayer y en la ducha tampoco he tenido mucha sensación de activarme. Al revés, me ha agobiado la molestia de sentir el agua como agujas. Al poco rato he empezado a tener dolor de cabeza y tengo que estar con las férulas porque me estoy reventando los dientes de tanto apretar. Además tolero poco (nada) los ruidos, el contacto físico… Estoy irritable y emocionalmente bastante fría (creo). Me molestan cosas como el movimiento, y el sonido del roce con la tela, de otra persona en el sofá. Hoy no tengo ganas de llorar. Me siento más bien ausente, desconectada de todo.
En fin, lo “bueno” es que he descubierto que cuando siento esos pinchazos en la ducha es una señal inequívoca de que estoy totalmente desregulada y tengo que encontrar las herramientas para revertir la situación o, por lo menos, poder llevarla mejor si no me puedo permitir quedarme encerrada sola en casa para recuperarme.
Soy una persona muy intensa y de extremos. Así que la euforia está presente en mi vida de manera muy frecuente. Paso de 0 a 100, y viceversa, en tiempo récord.
Antes de saber que soy autista y conocerme tanto, ya me inquietaba ese estado de euforia; porque sabía que luego venía ese “bajón” también muy intenso.
Desde que tengo el diagnóstico, y mi perfil sensorial, puedo entenderla mucho mejor. Y supongo que tendría que ir viendo la manera de regular también estos momentos.
Estoy haciendo esta pequeña reflexión improvisada sobre la euforia porque la última semana ha sido una bomba a nivel emocional. En pocos días he acumulado tal cantidad de estímulos positivos, que en algunos momentos sentía que iba a estallar.
Hace un par de días el nivel acumulado de euforia ya era máximo y hasta me aventuré a “avisar” en el directo que hice (fruto también de mi euforia desatada) de que creía que en un rato me vendría el bajón (shutdown). ¿Y fue así? Pues no. He estado otros dos días eufórica y casi sin dormir. Con la cabeza sin parar.
Era tal mi nivelazo esta misma mañana, que hasta me he metido en unas grandes superficies con más gente de la que suelo tolerar en pleno sábado. Estaba desbocada, creativa, chistosa… on fire. Sumando más y más estímulos sin parar.
Esta tarde me he puesto una película tranquila para intentar ir bajando el nivel, pero seguía en mi salsa sin parar.Hasta hace un ratito que, sin venir a cuento, me he apagado de golpe.
Esta es una de las cosas que siempre comentaba cuando iba de sitio en sitio buscando respuestas… que era muy cansado convivir con tanta intensidad y tanta inestabilidad emocional.
Escribo esto deprisa, porque el apagón me está invadiendo en 3, 2, 1…
Ayer volví a casa tras estar 10 días de viaje. Y, como suele pasar, yo ya tenía calculado el shutdown “habitual” al volver del viaje, sobre todo por el estrés que me genera viajar en avión.
Quería hacer una mini crónica de mi viaje con todo lo que me ha pasado y creo que más que para una crónica, me daría para la primera temporada de una serie de Netflix. En resumen diría que ha sido un cúmulo de imprevistos, responsabilidades añadidas, hiperempatía, miedo y mucha falta de anticipación. ¡Casi nada!
Al llegar a casa, ayer, caí rendida. Hoy he amanecido más o menos bien, pero según pasan las horas, voy notando esa resaca emocional (shutdown autista) que me va dejando sin fuerzas. Me voy sintiendo cada minuto que pasa con menos fuerzas, más dolor de cabeza, muchas ganas de llorar pero sin lograrlo, irritabilidad, tristeza, poca tolerancia a cualquier ruido y/o voz, cero tolerancia al contacto físico, sin ganas de hablar… Lo único que me pide el cuerpo es acurrucarme como una bolita y desconectarme del mundo. Estoy emocionalmente destrozada, agotada. En resumen: tengo un apagón o derrumbe sensorial.
Lamentablemente, por motivos ajenos a mí, hoy no puedo parar. Puedo reducir un poco la actividad y puedo posponer cosas pero tengo obligaciones que tengo que llevar a cabo sí o sí; y lo haré, por supuesto. Por lo menos, tras el diagnóstico, he aprendido a reducir la actividad cuando detecto que se acerca un shutdown. ¡Eso es un gran avance!
IMPORTANTE
Esto no me convierte en una irresponsable y, ni mucho menos, en una mala madre; no nos confundamos. E igualmente tampoco me convierte en una vaga, como pensarían muchas personas si les dijera “hoy no tengo fuerzas para hacer nada”. Simplemente cuento esto para intentar explicar que para hacer algo aparentemente sencillo, que un día en el que esté regulada podría hacer fácilmente, para mí hoy puede significar un sobreesfuerzo muy grande.
¿Os dais cuenta de lo contradictorio que es esto? El día que tengo menos reservas de energía es cuando necesito más energía para hacer cualquier cosa, por simple que parezca. Por cierto, os recomiendo leer sobre la teoría de las cucharas.
Perdonad si el texto es un poco caótico, o si hay faltas y errores varios… pero así es como estoy.
Así que ahora desconecto y voy a ver si logro permitirme mi ratito para ir recuperando energía.
He escrito sobre el contacto físico en varias ocasiones; ya que creo que es un rasgo muy característico en mí si hablamos de mi condición dentro del espectro del autismo. De hecho, siempre he pensado que el contacto físico, en general, está sobrevalorado. Pero bueno, esto también debe formar parte de mi manera “diferente” de ver y percibir el mundo.
Desde niña me han criticado por ser tan “fría” o arisca. Y yo digo que sí, que lo soy. Me molesta el contacto físico en general.
Me irritan terriblemente los golpecitos en brazos y piernas, hasta el punto de ser desagradable con facilidad al apartarme o decirle a alguien que deje de hacerlo.
No soporto que me toquen la cara. Pero, sinceramente, ¿a alguien le gusta que le toquen la cara? Igual es algo que odio tanto porque de niña tenía tales mofletes, que era de lo más tentador para todas las manos pellizcadoras (palabro) pertenecientes a tías abuelas normalmente. Me arrepiento de haber sido tan buena. Creo que más de una se hubiera merecido un poco de reciprocidad tras un pellizco de mejilla.
Por otro lado, estoy segura de que soy una persona muy cariñosa. No tanto por la parte física, porque por allí ya he confirmado que soy la dama de hielo, sino que más bien creo que lo soy con miradas, con acciones y con palabras escritas. Y no creo que sea malo el hecho de ser cariñosa de una manera diferente a la estipulada en las “reglas” que se imponen en nuestra sociedad. Creo que toda muestra de cariño debería ser igual de válida y, sobre todo, no quiero sentirme mal por mostrar mi cariño de una manera diferente a lo habitual.
Me he llegado a sentir muy mala persona por no ser capaz de abrazar a alguien a quien quería con toda mi alma. o decirle un “te quiero”. Ahora, por suerte, me he podido perdonar porque he entendido que no lo hice mal, lo hice diferente. Y eso no es malo.
En cuanto a abrazos, aunque os parezca de lo más contradictorio, me encantan y los necesito. Pero sólo los abrazos profundos. Esos abrazos que te dejan sin respiración (no literal). Eso sí, con aviso previo.
La pregunta que me hacen siempre, cuando hablo de contacto físico, es “por qué no me gusta”. Me cuesta contestar a eso. Es una mezcla de sentir invadido mi espacio de una forma muy agresiva y , por otro lado, no lo siento necesario.
Otra pregunta queme suelen hacer es “quién sí y quién no” y esto es algo que me planteo yo misma muchas veces y podría meter en el saco de “no me entiendo ni yo”. Hay personas a las que quiero mucho pero soy incapaz de abrazar y,, en cambio, otras personas a las que acabo de conocer y me apetece darles un abrazo de los que estrujan. Es algo sobre lo que tengo que pensar e intentar entender. Siento no aportar una respuesta a eso.
En mi primer artículo sobre este tema, mencioné que un día hablaría sobre los besos…. No lo he hecho todavía pero con este artículo os podéis hacer una idea si juntamos cara + contacto físico + mi espacio.
Y sin nada más que añadir, os mando un abrazo. virtual 😉