CONDUCIR: Cuando me saqué el carnet.

Me gusta conducir. Y desde bien pequeña tenía claro que me sacaría el carnet de conducir. Como no, a mis 18 añitos hice un estudio de mercado de todas las autoescuelas, valorando precio, horarios y proximidad a mi domicilio. 

Me hice “colega” de la administrativa de la autoescuela y en lugar de ir a clase con toda esa gente a la que no conocía, ni me apetecía lo más mínimo conocer, me ponía estudiar y a hacer tests allí con ella. Y, de paso, podía resolver mis dudas. Plan perfecto sin fisuras. 

No estoy segura, pero diría que me saqué la teórica a la segunda, porque en la primera me equivoqué en un par de preguntas de esas rebuscadas que no entendí. La segunda vez creo que tocó un exámen más difícil pero con preguntas mejor formuladas.

Luego llegaron las prácticas ¡Qué emoción!

Empecé con un señor mayor, muy majo, pero con fama de tener peor mala leche que los examinadores. Creo que le desperté ternura, porque conmigo resultó ser un refunfuñón muy amable y con una tos muy fea.
A las pocas semanas me tuvieron que cambiar de profesor porque el señor con fama de gruñón que no era para tanto, se puso enfermo. 

Justo cuando ya me había acostumbrado a mi rutina con él… ¡Cambio! Entonces me tocó con una profesora que justo tenía muy buena prensa entre los alumnos. Aix, era maravillosa, la verdad, con su Peugeot 205. 

En Barcelona había varias zonas en las que te podía tocar examinarte. Había la zona fácil (zona alta de Barcelona) y la zona difícil (Poble Sec y Montjuich). Los examinadores tenían fama de “malos”, debían estar casi al nivel de los inspectores de Hacienda, imagino. Pero también estaban los “menos malos” y los “muy malos”. O sea los que podían hacer un poco la vista gorda y los que no te perdonaban ni media. 

Al poco tiempo, mi profesora decidió que ya estaba preparada para hacer el examen. Porque os podéis imaginar que era la típica alumna súper obediente, que no se saltaba ni una norma y seguía todas las instrucciones a rajatabla. 

Llegó el día. ¡Qué suerte! Me había tocado la zona fácil con un examinador de los “buenos”. Pobre desgraciada de mí, no sabía lo que me venía. 

Pongámonos en situación: coche y profesora conocidos, bien. Pero profesora sentada detrás y en silencio, mal. Examinador al que no conocía de nada sentado al lado observando absolutamente todo y dando instrucciones, sobre la marcha, sin anticipación. Y, para colmo, en el coche iba otro alumno que se iba a examinar y al que tampoco conocía de nada. 

Empezaron conmigo. Arranqué el coche y se escuchaba un “cla cla cla”. Silencio total y seguía el “cla cla cla”. Eran mis pies con los pedales, temblando. Ansiedad a tope, como si no hubiera un mañana. Escuché la voz del examinador que me dijo “ahora siga recto, gire a la izquierda y se coloca en el carril de la derecha”. Literal. Sigo recto y… piiiiip ¡frenazo! ¿Señorita, no ha visto Usted el semáforo en rojo?. Yo bloqueada, hiperventilando. Arranque y estacione cuando pueda. “Cla cla cla cla cla cla cla cla cla cla” ríete de Fred Astaire y Ginger Rogers bailando claqué. Lo mío era de Récord Guinness. Pasé del total silencio, en pleno bloqueo, a estallar a llorar. El pobre hombre no sabía cómo consolarme.
El otro alumno me debe una, y de las gordas, porque tanto el examinador como la profesora estaban tan pendientes de mí, que el chaval se sacó el carnet sin hacer prácticamente nada.

Al terminar sentí una frustración terrible. Mi profesora siempre decía que yo era la alumna perfecta, que aprobaría sin problema. Realidad: expectativas a la porra y yo en la mierda.   

Un par de semanas más tarde, lo volví a intentar. Esta vez el examinador parecía que también era de los “buenos” y estaba en la zona “buena” de nuevo. Me tocó con una chica que llevaba no sé cuántos mil intentos y no había manera. Mi maldad pensó “bueno, las hay que están peores, voy a ver si me relajo un poco”. 

Segundo intento. Otra vez en el coche, con los nervios algo más controlados. Empezó la otra chica y me puso de los nervios. Pobre, no paraba de cometer errores. Me tocó el turno y todo parecía ir bien aun estando más tensa que un teletubbie en una cama de velcro. Me hizo entrar en la ronda (circunvalación) y tal cual entré, me dijo “sal en la primera salida” y salí, literal. O sea, el mismo carril de aceleración para incorporarme a la vía, si seguía recto, volvía a salir. Y eso hice. 

El señor, un tanto borde, me dijo “le he dicho que se incorpore a la vía y salga en la primera salida” a lo que le dije “eso he hecho”. Y al señor no le gustó mi respuesta supongo. Me suspendió. Aquí no lloré, me enfadé mucho.
Recuerdo a mi profesora desesperada diciendo que no entendía cómo podía ser que su mejor alumna estuviera suspendiendo. Ale, más presión para mi hiperexigencia frustrada y enfadada con unas expectativas que no se cumplían ni pa’ tras. 

Tercer intento. Otra vez en la zona “buena” pero con una examinadora que ya no sé ni qué fama tenía. Me tocó con la misma chica que la otra vez. Esta examinadora me tuvo mucho más rato de lo “normal” dando vueltas por todos lados. Me suspendió y todavía no sé por qué. Me dijo mi profesora que fue totalmente injusto, que me hizo dar vueltas y hacer de todo hasta que encontró pequeños motivos para acumularlos y suspenderme. Que si en un stop había parado demasiado o chorradas de ese calibre. Me enfadé todavía más. Menuda injusticia. 

Mi compi suspendió de nuevo, claro. Con ella no necesitó mucho rato para fulminarla. Pobre chica, lo pasaba tan mal que se me contagiaba ese malestar. 

Cuarto intento. Esta vez no se lo dije a nadie que iba a examinarme porque mi orgullo estaba harto de escuchar “¿otra vez?”. 

En esta ocasión me tocó en la zona “mala” con una examinadora de las “malas” que, según me dijo mi profesora, ya para anticiparme algo, había suspendido a todos los alumnos esa mañana. Esta vez le dije a mi profe que por favor, no me pusiera con la misma chica porque me ponía muy nerviosa. Además, llevaba un perfume que me mareaba. Pregunté si podía ir sola, sin compañero, y me dijeron que sí. ¡Menos mal! Ese día, por lo menos, iba anticipada de que posiblemente iba a suspender porque la zona era chunga y la examinadora tumbaba a todo el que se sentara a su lado. 

Fue el examen más difícil de todos. Subidas, bajadas, ceda el paso a doquier, peatones que aparecían por todos lados, aparcar en subida y curva… TODO. Aprobé. Fui la única alumna a la que aprobó la examinadora que, por cierto, a mí me pareció súper amable. Exigente, sí, pero con instrucciones claras y con anticipación. Maravillosa. 

La verdad es que me encanta conducir. Me relaja cuando voy sola o con mis hijos; cuando me he estudiado la ruta y el destino, etc. Vamos, cuando me he anticipado un poco todo y voy en mi coche (¡mi zona de confort!).
Y, sea dicho, soy del team karaoke. Vamos, que lo doy todo cantando, o, mejor dicho, desafinando. 

También es cierto que voy en un estado de hiperalerta tan fuerte, que luego estoy KO. Y este estado se debe, sobre todo, a los demás conductores, me enerva que se salten las normas y me sale la policía de tráfico que llevo dentro (jajaja). 

Resumen de lo que me supone ir a un evento que no puedo eludir.

Por ejemplo: ir a un evento como una cena de empresa.

Aquí va un breve resumen de lo que me supone ir a un evento que no puedo eludir como puede ser una cena de empresa tipo “gala”, con mucha gente y en espacios grandes.

ANTES DEL EVENTO
INVESTIGACIÓN
– Busco el sitio en internet para ver cómo es.
– Intento saber quiénes irán.
– Pregunto cosas como si será tipo pica pica o sentados en mesa, etc.
– Me informo de horarios, menús, si habrán globos u otros artilugios ruidosos, etc.
PLANIFICACIÓN
– Busco la manera de ir y volver.
– Intento evitar otros eventos o interacciones importantes esa misma semana.
– Calculo a qué hora llegaré y volveré. O, por lo menos, lo intentaré.
– Pienso qué ropa me voy a poner. Seguramente elegiré algo diferente a lo habitual y 5 minutos antes de salir de casa, me cambiaré de ropa para ponerme lo mismo de siempre.
ENSAYO
– Una vez tengo toda la información, pienso en todas las conversaciones que pueden salir en función de dónde me toque sentarme y con las personas que pueda coincidir.
– Reproduzco en mi cabeza las conversaciones que pueden surgir y posibles variantes.
– Ensayo delante de un espejo algunas posibles conversaciones.

DURANTE EL EVENTO
ESCANEO
Al llegar me convierto en un escáner ni analizo todo:
– Cómo es el lugar.
– Sonido.
– Dónde están las salidas de emergencia y los baños que no usaré pero posiblemente iré para esconderme unos minutos del evento.
– Las personas que están allí.
– Y, sí, confieso que si es un pica-pica busco la puerta por donde salen los camareros con los platos calientes y me ubico cerca.
COMPROBAR QUE TODO TRANSCURRE SEGÚN LO PLANIFICADO.
– Si hay pequeños imprevistos, es posible que los lleve más o menos bien. Si hay grandes imprevistos / cambios, la cosa se pondrá tensa.
– Es importante que se cumplan los horarios y todo transcurra con agilidad.

DESPUÉS DEL EVENTO
DESCOMPRESIÓN
Al llegar a casa puedo quitarme la máscara, los auriculares, la ropa que es posible que me moleste, zapatos, etc. Puedo dejar de estar en estado de alerta total.
ANÁLISIS
– Compruebo si se ha cumplido lo planificado y todas mis expectativas.
– Reviso todas las conversaciones y analizo todo lo que he dicho y lo que no he dicho. Y cómo lo he dicho, por supuesto.
CASTIGO Y AUTOCRÍTICA
Mi híper #autiexigencia no me da tregua y me castiga por cada uno de los errores que haya podido cometer. Aunque a veces no so ni errores sino que no he llegado al nivel que me había auto impuesto.

Y el resultado será un maravilloso agotamiento mortal, físico y emocional.

Organización y planificación

Suplicando orden desde el caos.

La (des)organización y yo
Una de las cosas que más me frustran y me llevan a un estado continuo de ansiedad, es el hecho de necesitar tanta planificación con todo y, sin embargo, soy un desastre para organizarme.
Me paso el día suplicando anticipación y planificación,  pero luego yo misma no sé por dónde empezar.
Y así va pasando mi vida  entre la postergación, el castigo por no hacer las cosas y la frustración por darme cuenta de que me atasco (literal) en la primera fase de la organización y planificación de mi día a día. 

Aquí van 3 de mis recursos habituales: 

Agenda
Tras probar varios formatos, el que mejor me funciona es el papel.
Me gusta la agenda con vista semanal y con espacio para mis listas (es muy regulador ir tachando lo que hago).
Eso sí, tiene que ser una agenda concreta  que espero, por el bien de mi entorno, por que no la dejen de fabricar (¡horror!).
En fin, lo de apuntarme las cosas en la agenda está bien, siempre y cuando me acuerde de mirarla (pequeño detalle a tener en cuenta).

Alarmas
Lo mismo me pasa con las alarmas. ¿De qué me sirven si no les hago caso tras detenerlas?
He probado con el móvil, pero allí tengo tantos distractores que, tal y como la detengo, se me va la cabeza a otra cosa.
También lo he intentado con Alexa, pero me pone música y termino cantando o pensando cosas tipo “esta canción no me suena de mi lista de reproducción”. 

Post it
Los post it (notas adhesivas) me van ideales para postergar y para llenar mi entorno de papelitos de colores estridentes que me ponen de los nervios. Por suerte, ya hace tiempo que existen en tonos pastel.
Hay días que tengo la pantalla del ordenador llena de post it y sigo sin hacer “eso” pero mi nivel de estrés sube considerablemente. Sí, mal recurso.
Los llevo pegados al móvil (terminan en el fondo del bolso) o en la agenda para ir cambiándolos de día. En plan parchís: avanzo una casilla, mato un tema, avanzo 7 casillas más. 

Yo creo que la capacidad de organización y planificación, es una de mis grandes dificultades. Esto incluye también las tareas domésticas y el autocuidado. 

Eso sí, cuando logro empezar, no hay quien me gane organizando y planificando 😉

Organización y planificación

El desgaste de socializar

Una de las cosas que me llevaron al diagnóstico fue ese cansancio inexplicable que tenía algunos días; sobre todo los fines de semana tras una semana con muchas interacciones sociales.Lo que ahora sé que es desgaste por socializar.
Acudía a médicos varios en busca de respuestas y me llevaba puesto de todo (medicación, analíticas y pruebas varias) menos respuestas a la causa de ese cansancio. 

Voy a intentar compartir unas pinceladas, tras este año y pico conociéndome, del porqué del desgaste de socializar en mi caso. 
Pongamos, por ejemplo, algo tan “sencillo” como ir a tomar algo a media tarde con 2 amigos a los que veo de vez en cuando. 

Anticipación y planificación
Es muy habitual preguntar detalles de los que recibes respuestas tipo “lo vemos sobre la marcha”. Sólo falta acompañar esa frase con unos puntos suspensivos y se me empieza a girar el día. O que te digan que no sea pesada, que no me preocupe, que “me gustará”.
Por otro lado, una vez tengo los detalles del sitio y hora, investigo cómo es el sitio, la zona, la gente que puede haber, cómo ir, cómo volver y un largo etcétera.
De cómo iré vestida no me preocupo mucho, porque siempre voy igual.
Salgo de casa con cierto desgaste sólo por la preparación.

Estímulos
Una vez en el sitio, el desgaste dependerá de cosas como el ruido, el número de personas, las luces, los olores, los colores y otras tantas. O cosas como que aparezca otra persona con la que no contaba en mi anticipación.
En mi caso, lo que me roba más energía creo que es el bullicio: muchas personas juntas, invadiendo mi espacio vital y haciendo ruido. En estos casos, suelo entrar en “modo bloqueo” no siendo capaz de seguir una conversación ni hablar en muchas ocasiones. Mis esfuerzos están centrados en intentar no colapsar / explotar allí en medio. 

Sobreanalizar
Llego a casa, mi refugio. Pero el desgaste no ha terminado, porque entonces empieza la parte de sobreanalizar absolutamente todo lo que he dicho y hecho. Bueno, y lo que no he dicho y no he hecho, también. No le quitemos méritos a mi “don sobreanalizador”
En este punto entra en juego mi hiperexigencia, siempre dispuesta a echarme una mano para castigarme un rato (sólo me falta sacar el látigo y flagelarme). Porque sí, seguro que me parecerá que he hecho muchas cosas mal, o que podrían mejorarse.

Y hasta aquí un pequeño ejemplo del desgaste que me supone socializar.
En próximos capítulos hablaré de las interacciones para las que ensayo las conversaciones delante de un espejo, en casa. O llevar un esquema de posibles conversaciones. Tenemos tema para rato 😉 

el desgaste de socializar

Pequeño resumen de algunas etapas de mi vida.

No se me ha ocurrido mejor plan para un domingo, que hacer un pequeño resumen de algunas etapas de mi vida.
Parece una tontería, pero me cuesta mucho resumir. Así que es toda una hazaña para mí 😉 

Aquí van algunas pinceladas de algunas etapas de mi vida: 

INFANCIA
Aprendí a hablar, leer y a escribir dentro de lo considerado “normal” para mi edad. Aunque yo creo que empecé más pronto de lo “normal” a leer y a escribir.
Era introvertida, observadora, educada y reservada.
Prefería jugar sola con coches, juegos de construcción o una caja de botones; que con muñecas y juegos de imitación.
Me acuerdo de los nombres y apellidos de mis compañeros de guardería pero he olvidado los nombres de la mayoría de compañeros de los 3 colegios a los que fui.

ADOLESCENCIA
Yo era la amiga de todos y de nadie en concreto. No causaba problemas.
Pasé esta etapa observando y creando patrones de comportamiento, desde el segundo plano. Y siendo cada vez más consciente de mi sentido de no pertenencia..
Aquí empecé a identificar la ansiedad. Seguramente consecuencia de mi  autoexigencia en querer encajar a toda costa. 
La frustración y baja autoestima eran cada vez más frecuentes y empezaron a tomar las riendas de mi vida. 

EDAD ADULTA
Según iban creciendo las obligaciones e interacciones sociales que supone ser adulta, iba pesando más la mochila que cargaba y el agotamiento era más y más grande. Con el correspondiente deterioro de mi salud mental.
Las inseguridades se multiplicaban a un ritmo trepidante, con una sensación extraña de abandono; y la frustración se adueñaba de mi estado emocional, llevándome a depresiones contínuas. 

A los 41 años recibo el diagnóstico de Trastorno del Espectro del Autismo (Nivel 1). Me salva la vida. Empieza una nueva etapa.

etapas de mi vida

En el médico – La sala de espera

No hace mucho, hablé sobre mi desesperación de esperar en cualquiera de sus formas. Y hoy quiero hablar sobre mi experiencia desde que pido hora para ir al médico hasta que entro a la consulta. 

En este caso, imaginaremos que voy a un médico nuevo, para consultar sobre una “dolencia nueva”. 

Tras días, semanas o meses intentando decidir a qué médico acudir, por fin tomo la decisión.
Entonces,  vuelven a pasar días, semanas o meses al postergar mil veces la llamada para pedir cita. El hecho de que ahora se pueda pedir por web, me facilita mucho este paso. 

Llega el día de mi cita con el médico y como en toda interacción social, los días previos
– Investigo cómo es el sitio y el médico (CV y fotos). No he investigado a todo el personal del centro porque me faltan datos; de lo contrario, no dudéis de que lo habría hecho.
– Planifico cómo ir hasta allí (ruta e imágenes de la zona) y calculo la concurrencia de personas que pueden haber a la hora que me ha tocado. Intento elegir horas de baja afluencia, pero no siempre lo consigo.
– Preparo la documentación que tengo que llevar y que, casi seguro, el día en cuestión se me olvidará en casa.
– Ensayo lo que quiero decir y preparo las posibles respuestas que calculo que me pueden dar. Incluso me mentalizo por si me toca uno de esos médicos a los que no les gusta darme todas las explicaciones que le pido.
– Si preveo que es un horario de mucha afluencia de personas en el transporte público, voy andando (aunque tarde 1 hora o más).
– Intento ir sobrada de tiempo (a veces me paso y llego 1 hora antes). Y, si he calculado mal al revés, llamo para avisar de que llego tarde (aunque sean 3 minutos). 

De camino, cruzo los dedos (sentido figurado) para que todo salga según mis cálculos. Cada imprevisto que pase, me irá desregulando. Por ejemplo:
– Si he decidido ir en autobús y va más lleno de lo previsto; hay personas que hablan fuerte, no cumplen las normas o huelen mal; si la temperatura es agobiante; etc. Cualquiera de estas cosas ya me pueden hacer entrar en bucle. Pero todavía estoy a tiempo de regularme antes de llegar.
– Me pone de los nervios ver que llego un poco tarde y no logro hablar con el personal del centro para avisar.
– Si he decidido ir andando y hay mucho ruido o tengo que cambiar la ruta porque hay unas obras. 

Llego al sitio y antes de entrar, mi voz interna repite sin parar “que no esté lleno de gente, porfa” y deseo con todas mis fuerzas que esté bien indicado dónde tengo que ir para no tener que preguntar a nadie. Lo ideal, para mí, es tener las mínimas interacciones.   

Entonces llega lo peor: la sala de espera. Es una de las peores torturas a las que me puedo someter en mi día a día. Y no creo que le gusten a nadie (o sí, quién sabe), pero ahora voy a enumerar algunas de las cosas que ocurren en una sala de espera:
– Que no me atiendan a mi hora. Y, sobre todo, que no quieran decirme cuánto tiempo de espera tengo.  
– Estar con personas que hablan fuerte.
– Que alguien esté haciendo ruiditos todo el rato. O viendo vídeos sin auriculares. 
– Cuando invaden mi espacio.
– Olores, luces y otros tantos estímulos. 

El problema de todas estas cosas, que a priori pueden molestar a cualquier persona, es que cada estímulo que percibo se transforma en ansiedad que puede hacerme estallar por cualquier “tontería” y cuando me toca entrar a la consulta ya no sé ni por qué iba.
Muchas veces no he sido capaz de hacer la consulta porque lo único que quiero en ese momento es salir corriendo de allí. Otras veces he hecho la consulta, pero tenía todas mis energías puestas en controlar mi ansiedad y no me he enterado de nada de lo que me han dicho.
Entonces, vuelvo a casa enfadada, frustrada y castigándome a mí misma, sin tener yo la culpa, lo sé; por no haber podido controlar mi estado de ansiedad.

En el próximo capítulo hablaré de lo que ocurre en la consulta 😉
Mientras, podéis leer el artículo sobre esperar, aquí.

en el médico

SHUTDOWN: Apagón sensorial y emocional.

El shutdown lo siento como un apagón, como si me quedara sin batería.  A veces de manera gradual y otras veces sin avisar.  

ANTES DEL DIAGNÓSTICO
Una de las cosas que más interferían en mi vida diaria, sobre todo en la edad adulta, era que cada vez me costaba más salir de casa el fin de semana tras una semana laboral intensa, con muchas interacciones sociales.
Sentía un agotamiento inexplicable y la necesidad de no tener ningún tipo de interacción social. Cada vez me aislaba más y más.
Me sentía muy mal por estar así y no poder entender nada.
Encima, cuando intentaba explicarlo a varios profesionales, todos lo “normalizaban” diciendo que debía ser estrés y/o depresión. Yo sabía que era otra cosa pero me resultaba imposible poder saber el qué.
A parte de la propia frustración por no entender qué me pasaba, sentía que mi entorno me veían como una vaga o una cuentista… e incluso una mentirosa por buscar excusas absurdas para no ir a los sitios.   

TRAS OBTENER EL DIAGNÓSTICO
Una de las cosas que descubrí al obtener el diagnóstico fue el concepto de “shutdown”, de apagón sensorial y agotamiento emocional.
Por fin entendí por qué tenía esa necesidad inexplicable de estar en casa sola y era incapaz de hacer nada. Al final del artículo dejaré el link de un artículo donde explico con más detalle lo que siento en esos momentos.
Ahora tengo claro que estos shutdowns son la consecuencia de tener que seguir un ritmo trepidante de una sociedad diseñada por y para algunos; dando por supuesto y obvio, que quien sale de lo “normal” debe adaptarse a lo estandarizado. 

Esa adaptación continua me agota, me deja sin energía. Pero lo grave es que, encima, parece que no puedo permitirme parar cuando lo necesito, porque está mal visto. Porque, de momento, yo tengo que adaptarme a lo que está establecido como “normal” sin tener en cuenta mis necesidades y las consecuencias que supone para mi salud mental esta adaptación continua.
Es por este motivo por el que pido una reciprocidad en esa “adaptación”, para poder construir una sociedad para todos.
No me cansaré de repetir que el cambio de paradigma es muy necesario y urgente.

Hace unos meses escribí un artículo donde hablo de manera más extendida sobre lo que siento en estos momentos de apagón / shutdown. Lo podéis leer aquí.

Shutdown: apagón sensorial y emocional.

Silencio acompañado

Cuando me preguntan si me gusta el silencio, siempre respondo que me gusta el silencio acompañado. 

Suelo hablar de mi hipersensibilidad con los ruidos. De la sensación de aturdimiento, y bloqueo absoluto, que siento cuando hay mucho ruido a mi alrededor. Con esto podría dar a entender que adoro el silencio, ¿verdad? Pues no, el silencio me pone muy nerviosa. Aunque parezca algo contradictorio y absurdo. 

Voy a intentar explicarme, poniendo algunos ejemplos: 

En casa
Me he dado cuenta de que siempre tengo la música o la TV puesta. Lo hago de manera casi automatizada desde que me despierto hasta que me voy a dormir. Muchas veces no la escucho ni la veo, pero al tenerla, con un volumen más bien bajo, es como si incorporara un “ruido de fondo” que hace que no escuche los ruidos de la nevera, del ascensor de la finca, de los vecinos, de los coches… Es como si este ruido de fondo que yo elijo, cancelara muchos ruidos que no me dejan hacer nada.
De adolescente recuerdo estudiar siempre con música. Sin ella me resultaba (más) imposible. 

En el colegio y en la universidad.
Uno de los motivos por los que creo que no quise pude estudiar es porque en los exámenes lo pasaba realmente mal por el silencio.
Dato freak: me dan ataques de risa cuando escucho los ruidos de las tripas.
En los exámenes estaba más pendiente de cada ruidito, externo o de mi propio cuerpo, que del mismo examen. Me resultaba casi imposible concentrarme. 

Otros lugares
Siempre me ha sorprendido lo mucho que me gustan las librerías y, sin embargo, soy incapaz de ir a una biblioteca. Ahora lo entiendo: me resultaba insoportable ese silencio.  
Por otro lado, cuando estoy en una reunión u otros sitios donde hay silencio, sin darme cuenta me pongo a canturrear con la boca cerrada, intentando equilibrar ese silencio y regularme para aguantar ahí dentro como sea. 

En conversaciones
Quien me conoce sabe que siempre pongo música aunque estemos charlando tranquilamente en casa. Cualquier ruido que escuche, aunque sea casi imperceptible, no me deja seguir una conversación. No es un sonido que me resulte insoportable, ni siquiera muy fuerte. Pero me interfiere de tal manera, que no puedo centrar mi atención en otra cosa. Es como si mi cerebro se focalizara en ese ruido y no pudiese atender a nada más. Y por mucho que me esfuerce, no puedo evitarlo hasta que lo “elimino”. 

Así pues, el silencio para mí es esa zona de confort en la que no hay un ruido que me deje aturdida y, a la vez, exista un “ruido” que me permita centrarme en lo que quiero hacer o atender. 
¡Ah! Un silencio acompañado que adoro es el silencio de la playa con la melodía de las olas del mar, o el silencio de la montaña con el viento y los animales. 

silencio acompañado

Trucos en mi vida diaria –  compras y alimentación.

Aquí van algunos trucos, o estrategias, que he ido incorporando de manera natural para mejorar mi día a día. 

Compras: alimentación.
1- Intentar hacer la compra online para evitar aglomeraciones y, además, poder concentrarme mejor durante la compra al no tener tantos estresores como luces, ruido, olores, gente…
2- Ir a comprar en horarios de baja afluencia. Yo suelo ir entre las 15:30 y las 16:45.
3- Ir a sitios en los que ya conozca tanto el entorno como a los trabajadores. Esto me rebaja el nivel de ansiedad.
4- Tener comercios de confianza, como la panadería o la frutería, en los que pueda encargar lo que necesite por teléfono e ir a buscarlo en horario de poca afluencia.
5- Evitar sitios, tipo las paradas de los mercados, en los que tenga que pedir turno; pedir lo que quiera delante de otras personas; tener que tomar decisiones deprisa; rechazar ofertas, etc

Algunas curiosidades
Cuando me gusta algo, puedo comprar muchas unidades de lo mismo. Soy intensa hasta para esto.
Si un producto no está de la marca y formato que yo quiero, no compro uno similar. Prefiero quedarme sin ese producto hasta que lo encuentre.
Me molesta que cambien los envases (aunque sea sólo el diseño) de los productos que suelo comprar.

¡Ah! No olvidéis llevar bolsas de tela 😉

trucos vida diaria

ESPERAR

Lo de esperar es algo que llevo mal en cualquiera de sus variantes.

Voy a poner algunos ejemplos para intentar explicarme: 

HACER COLA 
Sí, lo sé, no hay nadie (que yo conozca) que disfrute esperando en una cola; ya sea en el supermercado, en la carretera o en una sala de espera. 
En mi caso, no es por el hecho de sentir que esté perdiendo el tiempo.
Cuando estoy esperando en la cola, me siento como una olla express que va sumando presión según voy recibiendo estímulos como, por ejemplo:
– Gente que no respeta mi espacio (antes de la pandemia también). 
– Los que intentan colarse y los que lo logran. 
– Ruidos, voces y olores. 
– Personas que van muy lentas (por egoísmo, no por necesidad)..

El tema de las salas de espera irá con un post aparte, junto con “ir al médico”, porque es un temazo que da para un rato.

CUANDO ESPERO ALGO POSITIVO
No puedo hacer nada más que esperar a que llegue ese algo; ya sea un objeto, una persona o un evento. Y cuando digo que no puedo hacer nada más, lo digo en el sentido más literal. Mi cabeza se hiperfocaliza en eso y no hay manera humana, ni extraterrestre, de hacer otra cosa. Es una impaciencia extrema mezclada con ultra emoción con repertorio de estereotipias, por supuesto; y pensamiento en bucle.
Y si se cancela… es el fin del mundo. Drama asegurado.

CUANDO ESPERO ALGO NEGATIVO
En este caso también hiperfocalizo, pero en esta ocasión lo hago planteándome los peores escenarios posibles. Y se me dispara el nivel de ansiedad, claro.
Lo único bueno es que al final se suele quedar en un “pues, no era para tanto” (que sólo me pudo decir yo a mí misma, detalle importante). Pero el agotamiento que llevo acumulado tras todo mi #futureo catastrófico, ya no tiene remedio. 

En todos los casos creo que lo que más me ayuda es la anticipación y la planificación. Ya sea para ir a los sitios durante las horas de menos afluencia para no tener que hacer colas; o anticipando qué cosas pueden ocurrir en la espera de “algo” y tener los plazos muy claros. 

En resumen, yo más que esperar, lo que hago es desesperar. 

esperar