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Viajar en avión es una de las cosas que menos me gustan. Tanto el mismo hecho de volar como toda la parte del aeropuerto. 

Partimos de la base de que tengo vértigo, así que por aquí ya empieza mi pesadilla. 
Me genera mucha ansiedad el hecho de no estar sujeta al suelo. 

Los días previos al viaje estoy irritable y con un nivel elevado de ansiedad. Los pensamientos intrusivos no me dejan casi ni dormir. 
Encima, tengo la mala costumbre de hacer la maleta a última hora (la reina de la postergación os saluda) y suelo olvidarme cosas importantes como la ropa interior o el cepillo de dientes. Y, a cambio, me llevo cosas absurdas que sé que no voy a usar. 

Y ya casi como un ritual-castigo, siempre me digo una y otra vez que “para el próximo viaje haré una lista y la prepararé con tiempo”. 

Cuando llega el día

Suelo llegar pronto al aeropuerto. Exageradamente pronto muchas veces. Pero me da tranquilidad dentro de mi estado de histeria. Al fin y al cabo es lo único que puedo medio controlar ese día. 

Una vez allí, todo va empeorando mi estado. Hay mucha gente, colas para facturar las maletas, colas para pasar el control… Sonidos continuos de avisos. 

Normalmente llego tan pronto que ni siquiera sale la puerta de embarque. Así que voy acumulando más incertidumbre para el saco. 
Y ya ni hablamos de si hay retrasos. 

Me tomo la medicación correspondiente para calmar un poco la ansiedad y sigo intentando controlar los pensamientos intrusivos. 

Me angustia no saber si se embarca con finger (bien) o con autobús (mal). 
Si tengo la mala suerte de que embarcamos con autobús, mi nivel de ansiedad se dispara. Gente que me roza, olores, ruidos, risas estridentes, conversaciones que me irritan… horror asegurado.

Si viajo acompañada, quien sea tiene que tener muuuuucha paciencia e intentar no darme demasiada conversación. Porque sé que puedo estallar en cualquier momento y ser poco simpática. 

Entro en el avión y ya paso de la histeria al pánico. Pero tranquilos, todo va por dentro y por fuera mantengo mi medio sonrisa (o un cuarto de sonrisa).
Según cruzo la puerta, analizo a toda la tripulación. Los pensamientos intrusivos empiezan a adueñarse totalmente de mí. 

Me siento y miro que esté todo en orden (como si supiera algo sobre aviones…). 
Cruzo los dedos (sentido figurado)para que las personas que tengo delante y detrás no se muevan mucho, porque sé que mis nervios pueden llevarme a pedirles de malas formas que se queden quietos. 

Antes de despegar sujeto varios objetos antiestrés en las manos y me aseguro de poner la música en los auriculares.
En alguna ocasión me han pedido que me los quite y les he explicado mi pánico. Normalmente han cedido. 
Si no puedo llevar la música puesta, escucho tantos ruidos diferentes que enloquezco. 

El avión se mueve y empiezo con las respiraciones y las estereotipias. En ese momento me importa bastante poco que las vean. Suficiente hago con  controlarme. 

Lo que más odio de todo es el despegue. Me aterroriza. 
Estoy todo el rato intentando ver la cara de la tripulación, si sale humo de los motores… y no dejo de pensar en la peor de las catástrofes y sus consecuencias. 
Sigo con las respiraciones mientras me caen lágrimas que no puedo evitar. 

Quien me conoce sabe que en ese momento lo único que necesito es que no me hablen y cuando les mire con horror, que me digan simplemente que todo está bien. Nada más. 

Si hago algo digno de reírnos, prefiero que nos riamos al llegar a tierra. 
Porque, no nos engañemos, he tenido momentazos de arrancar un reposabrazos del susto tras una turbulencia o de romper un reposapiés de tanto “frenar”.  Porque bruta lo soy un rato. 

Durante el vuelo, mientras todas las señales luminosas están apagadas, logro estar algo menos ansiosa. Pero no quito ojo a la tripulación ni a las alas y motores (si logro verlos). 
Si hay turbulencias, me dan los mil males. Me doy tales sustos que los de mi alrededor se asustan también. Lo siento. 

Los vuelos en los que menos miedo he pasado han sido los que el piloto ha ido explicando todo lo que iba pasando. Eso es maravilloso.
Aunque tengo que decir que con la tecnología que hay ahora en los aviones, me siento mucho mejor porque puedo ir viendo el trayecto y cuánto queda para llegar. 

El momento del aterrizaje me da miedo, pero no tanto como el despegue (y seguramente hasta es más peligroso) porque estamos llegando y eso me tranquiliza. 
Siempre, siempre, siempre me asusto cuando sacan las ruedas. Aunque sepa que son las ruedas, no hay vuelo en el que no me asuste con el ruido. ¡Deberían avisar!

Y confieso que no puedo evitar un “wiiiiiii” cuando tocamos tierra y me siento “a salvo”. 

Luego viene la parte de salir de allí, recoger maletas, etc. 
Para entonces ya me he relajado y empiezo el  viaje con un buen “resacón emocional”.

¿Cómo podría mejorar mi experiencia?

Como he dicho, con las nuevas tecnologías ha mejorado bastante mi experiencia en viajar en avión porque puedo ir controlando el trayecto. 

Supongo que si tuviera acceso rápido en las colas, me ayudaría a bajar la ansiedad, pero es algo que imagino que en mi caso me puedo aguantar si tengo que priorizar otras “adaptaciones”. 

Lo que más me ayudaría sería, una vez más, ANTICIPACIÓN para cosas como: 

  • Saber cómo será el acceso al avión. 
  • Opción de que me fueran explicando el porqué de algunos ruidos y turbulencias. O que, simplemente, me dijeran que “todo está bien”. 
  • Facilidad para poder sentarme en sitios que me generan menos ansiedad (por ejemplo, donde veo las alas y motores).

Por pedir que no quede

Y hasta aquí algo sobre mi experiencia en viajar en avión.

 

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