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Me gusta conducir. Y desde bien pequeña tenía claro que me sacaría el carnet de conducir. Como no, a mis 18 añitos hice un estudio de mercado de todas las autoescuelas, valorando precio, horarios y proximidad a mi domicilio. 

Me hice “colega” de la administrativa de la autoescuela y en lugar de ir a clase con toda esa gente a la que no conocía, ni me apetecía lo más mínimo conocer, me ponía estudiar y a hacer tests allí con ella. Y, de paso, podía resolver mis dudas. Plan perfecto sin fisuras. 

No estoy segura, pero diría que me saqué la teórica a la segunda, porque en la primera me equivoqué en un par de preguntas de esas rebuscadas que no entendí. La segunda vez creo que tocó un exámen más difícil pero con preguntas mejor formuladas.

Luego llegaron las prácticas ¡Qué emoción!

Empecé con un señor mayor, muy majo, pero con fama de tener peor mala leche que los examinadores. Creo que le desperté ternura, porque conmigo resultó ser un refunfuñón muy amable y con una tos muy fea.
A las pocas semanas me tuvieron que cambiar de profesor porque el señor con fama de gruñón que no era para tanto, se puso enfermo. 

Justo cuando ya me había acostumbrado a mi rutina con él… ¡Cambio! Entonces me tocó con una profesora que justo tenía muy buena prensa entre los alumnos. Aix, era maravillosa, la verdad, con su Peugeot 205. 

En Barcelona había varias zonas en las que te podía tocar examinarte. Había la zona fácil (zona alta de Barcelona) y la zona difícil (Poble Sec y Montjuich). Los examinadores tenían fama de “malos”, debían estar casi al nivel de los inspectores de Hacienda, imagino. Pero también estaban los “menos malos” y los “muy malos”. O sea los que podían hacer un poco la vista gorda y los que no te perdonaban ni media. 

Al poco tiempo, mi profesora decidió que ya estaba preparada para hacer el examen. Porque os podéis imaginar que era la típica alumna súper obediente, que no se saltaba ni una norma y seguía todas las instrucciones a rajatabla. 

Llegó el día. ¡Qué suerte! Me había tocado la zona fácil con un examinador de los “buenos”. Pobre desgraciada de mí, no sabía lo que me venía. 

Pongámonos en situación: coche y profesora conocidos, bien. Pero profesora sentada detrás y en silencio, mal. Examinador al que no conocía de nada sentado al lado observando absolutamente todo y dando instrucciones, sobre la marcha, sin anticipación. Y, para colmo, en el coche iba otro alumno que se iba a examinar y al que tampoco conocía de nada. 

Empezaron conmigo. Arranqué el coche y se escuchaba un “cla cla cla”. Silencio total y seguía el “cla cla cla”. Eran mis pies con los pedales, temblando. Ansiedad a tope, como si no hubiera un mañana. Escuché la voz del examinador que me dijo “ahora siga recto, gire a la izquierda y se coloca en el carril de la derecha”. Literal. Sigo recto y… piiiiip ¡frenazo! ¿Señorita, no ha visto Usted el semáforo en rojo?. Yo bloqueada, hiperventilando. Arranque y estacione cuando pueda. “Cla cla cla cla cla cla cla cla cla cla” ríete de Fred Astaire y Ginger Rogers bailando claqué. Lo mío era de Récord Guinness. Pasé del total silencio, en pleno bloqueo, a estallar a llorar. El pobre hombre no sabía cómo consolarme.
El otro alumno me debe una, y de las gordas, porque tanto el examinador como la profesora estaban tan pendientes de mí, que el chaval se sacó el carnet sin hacer prácticamente nada.

Al terminar sentí una frustración terrible. Mi profesora siempre decía que yo era la alumna perfecta, que aprobaría sin problema. Realidad: expectativas a la porra y yo en la mierda.   

Un par de semanas más tarde, lo volví a intentar. Esta vez el examinador parecía que también era de los “buenos” y estaba en la zona “buena” de nuevo. Me tocó con una chica que llevaba no sé cuántos mil intentos y no había manera. Mi maldad pensó “bueno, las hay que están peores, voy a ver si me relajo un poco”. 

Segundo intento. Otra vez en el coche, con los nervios algo más controlados. Empezó la otra chica y me puso de los nervios. Pobre, no paraba de cometer errores. Me tocó el turno y todo parecía ir bien aun estando más tensa que un teletubbie en una cama de velcro. Me hizo entrar en la ronda (circunvalación) y tal cual entré, me dijo “sal en la primera salida” y salí, literal. O sea, el mismo carril de aceleración para incorporarme a la vía, si seguía recto, volvía a salir. Y eso hice. 

El señor, un tanto borde, me dijo “le he dicho que se incorpore a la vía y salga en la primera salida” a lo que le dije “eso he hecho”. Y al señor no le gustó mi respuesta supongo. Me suspendió. Aquí no lloré, me enfadé mucho.
Recuerdo a mi profesora desesperada diciendo que no entendía cómo podía ser que su mejor alumna estuviera suspendiendo. Ale, más presión para mi hiperexigencia frustrada y enfadada con unas expectativas que no se cumplían ni pa’ tras. 

Tercer intento. Otra vez en la zona “buena” pero con una examinadora que ya no sé ni qué fama tenía. Me tocó con la misma chica que la otra vez. Esta examinadora me tuvo mucho más rato de lo “normal” dando vueltas por todos lados. Me suspendió y todavía no sé por qué. Me dijo mi profesora que fue totalmente injusto, que me hizo dar vueltas y hacer de todo hasta que encontró pequeños motivos para acumularlos y suspenderme. Que si en un stop había parado demasiado o chorradas de ese calibre. Me enfadé todavía más. Menuda injusticia. 

Mi compi suspendió de nuevo, claro. Con ella no necesitó mucho rato para fulminarla. Pobre chica, lo pasaba tan mal que se me contagiaba ese malestar. 

Cuarto intento. Esta vez no se lo dije a nadie que iba a examinarme porque mi orgullo estaba harto de escuchar “¿otra vez?”. 

En esta ocasión me tocó en la zona “mala” con una examinadora de las “malas” que, según me dijo mi profesora, ya para anticiparme algo, había suspendido a todos los alumnos esa mañana. Esta vez le dije a mi profe que por favor, no me pusiera con la misma chica porque me ponía muy nerviosa. Además, llevaba un perfume que me mareaba. Pregunté si podía ir sola, sin compañero, y me dijeron que sí. ¡Menos mal! Ese día, por lo menos, iba anticipada de que posiblemente iba a suspender porque la zona era chunga y la examinadora tumbaba a todo el que se sentara a su lado. 

Fue el examen más difícil de todos. Subidas, bajadas, ceda el paso a doquier, peatones que aparecían por todos lados, aparcar en subida y curva… TODO. Aprobé. Fui la única alumna a la que aprobó la examinadora que, por cierto, a mí me pareció súper amable. Exigente, sí, pero con instrucciones claras y con anticipación. Maravillosa. 

La verdad es que me encanta conducir. Me relaja cuando voy sola o con mis hijos; cuando me he estudiado la ruta y el destino, etc. Vamos, cuando me he anticipado un poco todo y voy en mi coche (¡mi zona de confort!).
Y, sea dicho, soy del team karaoke. Vamos, que lo doy todo cantando, o, mejor dicho, desafinando. 

También es cierto que voy en un estado de hiperalerta tan fuerte, que luego estoy KO. Y este estado se debe, sobre todo, a los demás conductores, me enerva que se salten las normas y me sale la policía de tráfico que llevo dentro (jajaja). 

3 Comentarios

  • Merche
    Posted 4 febrero 2023 at 11:58 am

    Guauu, soy de Barcelona leyéndote me has llevado al pasado, me paso exactamente lo mismo, alumna 10 y cateada en el primer intento. El profe no se lo podía creer!!! Que llorera tuve, lo único que yo a la segunda aprobe! Pero que mal lo pasé! Me siento súper identificada en cada sentimiento!

  • C
    Posted 4 febrero 2023 at 1:56 pm

    Muchas gracias por compartir tu experiencia. En mi caso el teórico y práctico lo aprobé a la primera, cero fallos. Pero las prácticas fueron un infierno, acababa agotada y con muchas ganas de llorar.
    Luego a la hora de conducir, conduzco apenas nada. Cuando debo hacerlo porque no hay más remedio, me estudio el recorrido previamente, sobretodo las incorporaciones y cambio de carril. Es muy muy estresante, no consigo calcular la velocidad y la distancia de manera apropiada, es un desastre. Eso sí, la velocidad la sigo a rajatabla. Bueno… tendré que seguir intentándolo pero es… frustrante, muy muy frustrante y decepcionante.
    Saludos.

  • Zilniya
    Posted 6 febrero 2023 at 8:57 pm

    Me alegro por ti, es un alivio poder convertir un medio de transporte en zona de confort. Desgraciadamente, tuve que dejar de conducir hace años, cuando sufrí un shutdown que casi me hace provocar un accidente. No puedo estar mucho tiempo en estado de hiperalerta, acabo entrando en shutdown o meltdown, tenga o no un volante entre manos. Mi zona de confort es el autobús.

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