Skip to content Skip to footer

Tras los días previos en los que la ansiedad , debida a mi fobia a los petardos, ya dominaba todas mis rutinas, llegó la maldita verbena de San Juan. 

Como cada año, ya estaba mentalizada de que pasaría esa noche sola, o aislada en una habitación si estuviera con más gente, como ha venido siendo los últimos años.


Cuando se acercaba la noche, la ansiedad y la irritabilidad iban in crescendo. Todo dentro de lo habitual. 
Contradictoriamente siempre tengo una sensación de “alegría rara” esa noche porque significa que se terminará mi calvario en unas horas. 

Algo dentro de mí estaba convencido (y engañado) de que sería una noche más o menos tranquila porque pensaba que mucha gente se había ido de la ciudad y que quizás iría a menos esa afición absurda de hacer ruido por placer.
Sé que soy muy ingenua pensando eso, pero es mi manera de ser. De hecho, hasta llegué a creer que tras la pandemia seríamos una sociedad mejor y… a las pocas semanas tras el primer confinamiento ya confirmé que NO. 

Por la tarde se empezaron a escuchar los primeros petardos, flojitos, supongo que de niños.
A última hora de la tarde ya empecé a escuchar alguno más fuerte. Cerré las ventanas, subí el volumen de la TV (a la búsqueda de algún programa ruidoso) y me puse los dos auriculares cerca (me pongo unos pequeños dentro del oído y unos grandes encima con cancelación de ruido). 

A la hora de cenar se desató el horror.
Cuando la cosa se puso muy intensa, me ponía los “doble auriculares”.
Cuando bajaba un poco la intensidad, veía la TV a todo volumen y con los auriculares puestos. Así pasaron 4 horas.

Os podéis imaginar la tortura que supone estar 4 horas tapando el ruido de los petardos con música a todo volumen. Esta vez no había regulación con música ni con nada; era supervivencia. 

A media noche todavía eran más fuertes y sobre las 2 conseguí dormirme con los auriculares puestos. Sentía que me iba a estallar la cabeza, pero no tenía opción. 

Sobre las 5 y pico me desperté de un petardazo. Casi infarto. Y me tuve que volver a poner los auriculares a pesar del dolor de cabeza que tenía. 

Conseguí medio dormirme un par de horas más, pero el dolor de cabeza y las contracturas varias tras el periodo de estrés intenso ya no me dejaron descansar. 

El día siguiente lo pasé destrozada, totalmente desregulada y sin posibilidad de regularme ni mediar palabra para pedir ayuda. Qué ayuda iba a pedir si no era capaz de saber lo que necesitaba. Así que una vez más “elegí” soledad, silencio y tristeza.
No tenía energía para nada más que para medio llorar de vez en cuando.
Me dolió la cabeza hasta pasadas más de 36 horas.

En mi opinión, tirar petardos a partir de media noche es falta de empatía. Y tirar petardos de madrugada es maldad. 

A quienes me digáis eso de “pues vete a algún sitio donde no hayan petardos” os contestaré que “se aceptan donativos para huir lo más lejos posible”. 

Y esta es la historia de una verbena de San Juan más, o menos, según se mire.
De esto hace ya casi 2 días y sigo sin fuerzas, hecha polvo, con capacidad cero de concentración. De hecho, me ha costado la vida poder redactar esto, pero quería compartirlo cuanto antes, mejor.

Deja un comentario

Go to Top