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Esto ocurrió hace muchos años, pero lo tengo grabado en mi cabeza. Y estos días, con mi monotema de los petardos y la pólvora, me he dado cuenta de algunas situaciones en las que estuve enmascarando mi fobia a los petardos.

Hará unos 20 años (madre mía, suena a “érase una vez”), a pocos días de la verbena de Sant Joan, fui a una cena con el que entonces era mi pareja y amigos suyos. 

Yo ya había avisado de mi fobia y estaba aterrada, pero era tan fuerte entonces esa necesidad que tenía de “agradar”, de encajar, de formar parte de algo, que fui igualmente. 

Confiaba (ilusa de mí) en que se habrían preocupado por encontrar un sitio donde no hubiese petardos, pero no fue así.
También es cierto que seguramente yo no expliqué bien el alcance de mi fobia con los petardos.
Pero tengo que decir, desde la distancia, que dudo que se hubieran preocupado igualmente. Algunos de ellos eran de esas personas que me veían como “una rarita”. Pero este ya es otro tema que no tocaré ahora.

Llegamos donde habíamos quedado y al ver que se trataba de un sitio exterior, muy concurrido y peatonal (¡lo tenía todo!) le dije a mi pareja que yo no podía estar allí y que se quedara (le tuve que convencer) pero que yo le esperaba en otro lado. 

Suena surrealista que él no viniera conmigo, pero creedme que con tal de no quedar mal o no hacer sentir mal a los demás, podía llegar a ser muy convincente y hacer auténticas estupideces como esta. 

Me fui corriendo al coche, que estaba aparcado en una calle pequeñita y decidí esperar allí. A él seguramente le conté alguna historia como que me iría a un centro comercial o a algún entorno seguro. . 

Era joven, estaba perdida en un mundo que no comprendía y quería encajar a toda costa.
Era capaz de estar 2 o 3 horas encerrada en un coche con ruidos de petardos a lo lejos y la música a todo trapo. 

Tuve la mala suerte de que aparecieron unos chavales tirando petardos en la calle y se desató el ataque de pánico. Puse la música más fuerte, me tiré a los asientos de atrás encogida tapándome los oídos, llorando, gritando….
¿Y qué pasó? Pues a que a los chavales les pareció de lo más tentadora mi escena para quedarse ahí tirando petardos y asustándome. Me he prometido no poner insultos y calificativos peyorativos aquí. Pero los pienso todos.

Recuerdo que lo único que deseaba era que se les escapara un petardo debajo del coche, para que estallara  y así terminara todo (literal).  

Me llamó mi pareja para saber dónde estaba y vino cuando me escuchó en plena crisis. Se encontró un espectáculo lamentable. Ese día él entendió a la perfección mi fobia. 

Tengo bastante distorsionados los tiempos, así que no recuerdo si vino enseguida o si tardó. Lo único que sé es que no tuve que volver a enmascarar con algo así. 

Ahora mismo no lo haría ni por todo el oro del universo. Pero en ese momento iba perdida por un mundo que no entendía.
Esto es un ejemplo más  de lo dañina y peligrosa que puede llegar a ser esa necesidad tan grande de encajar, de enmascarar.

Aquí un motivo más para entender la importancia de un diagnóstico a tiempo.

 

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