De compras

Nunca me ha parecido una actividad de ocio lo de ir de compras, sino más bien una necesidad. 

Recuerdo que siempre decía la frase “soy como un tío, no me gusta ir de compras”… Ahora lo veo como otra señal de que quizás es la propia sociedad la que nos empuja a ese enmascaramiento fatal. En mi caso, creo que casi nunca intenté enmascarar con eso y, a la vez, era una de las cosas que me hacia sentir muy diferente a las otras chicas.

Nunca me ha gustado “ir de tiendas” por el mero placer de mirar cosas. Siempre me ha parecido una pérdida de tiempo y una sobredosis innecesaria de socialización y estímulos. Gente, música, luces y ese olor a perfume intrusivo. Algunos de esos perfumes los reconozco con los ojos cerrados desde la calle.  Por no hablar a tener que tomar decisiones constantemente entre tantísima oferta. Un agobio asegurado.

Si voy de tiendas es porque estoy buscando algo concreto y voy a piñón. Entro y salgo de los comercios en tiempo récord, os lo aseguro. Cuando paso el límite de tiempo, me bloqueo. Lo tengo estudiado. 

Cuando veo algo que me gusta en una tienda, hago dos cosas: 
1- Mandar una foto a alguien de confianza, ya que con el paso de los años he terminado harta de las dependientas que me engañaban para venderme lo que fuera. 
2- Pedir en cuantos colores lo tienen para llevármelo en varios colores o en todos ellos. Lo tengo todo duplicado y triplicado: pantalones, camisetas, camisas, vestidos… 

Por supuesto, siempre voy en horarios de poca afluencia y jamás me veréis en una tienda el primer día de rebajas. Ni el segundo.

Algunas personas me han preguntado por qué no lo compro todo online para evitar ir a las tiendas de manera presencial. La respuesta es que si lo que sea no me queda bien, sé que jamás haré la gestión para devolverlo. Se me pasará el plazo de devolución a base de postergar (soy una pro en eso). Y porque necesito tocar los tejidos. 

Los últimos años he encontrado la solución: ir a tiendas pequeñas, de proximidad, donde los estímulos se reducen de forma considerable. Y el máximo es, en una de ellas, en la que puedo preguntar por whatsapp antes de ir qué cosas tienen que me gusten a mí. Y que, además, sé que no me venderán algo que no me quede bien. 

Por otro lado, siempre me han dado cierta envidia las chicas que saben hacer combinaciones con la ropa y los complementos; que van impecables hasta el último detalle. Y lo mismo con el maquillaje y el pelo. 
Yo me reconozco como “básica”. Pero esto ya es otro tema sobre el que escribiré en próximos episodios sobre estilismo y cuidados personales 😉 

de compras

SOMATIZAR

Durante toda mi vida, siempre he sido la reina de las “itis” (bronquitis, faringitis, otitis…) y la princesa de las “pupitas” (dolores de cabeza, de tripa, de articulaciones, de espalda, de cervicales…).  Lo de somatizar siempre se me ha dado de maravilla.

Con los años, pasé de ser la pesada que siempre estaba enferma, o la cuentista; a ser la floja que lo somatiza todo. Una “quejica” en toda regla para mi entorno.
A mí me frustraba mucho estar siempre así. 

Desde que tengo el diagnóstico, y he podido poner nombre a lo que me ocurre, se ha reducido considerablemente mi nivel de ansiedad y, por ende, las continuas bajadas de defensas y malestares varios.
La ansiedad sigue estando, por supuesto, pero para nada en esos niveles tan estratosféricos. 

Y cuando hablo de somatizar, hablo de situaciones como por ejemplo: 

  • De niña hubo un invierno que una conocida me quería enseñar a esquiar y eso suponía ir el fin de semana con ella + una actividad nueva en un sitio nuevo, etc. Pues bien, casualmente cada viernes que tenía programado ir, me ponía enferma. 
  • Me apuntaron a patinaje sobre hielo también de niña y recuerdo que me sentía muy torpe (que lo soy), observada, insegura… Era un entorno que no lo recuerdo agradable. Resultado: salía con fiebre cada vez y no era del frío.
  • En secundaria recuerdo una época que me dolía la tripa caaaaada mañana antes de ir al colegio. Pero dolor de morir. 
  • Hará unos 3 años tuve anginas 8 veces en un año. Estuvieron a punto de operarme porque “no era normal”. 
  • Durante años fui a muchos médicos para consultar sobre mis dolores de cabeza y de tripa continuos. Me hicieron infinidad de pruebas y, por suerte, siempre salía que estaba todo perfecto. ¡Ah! y siempre escuchando comentarios tipo “cómo te gusta ir a médicos”. Obviamente no me gustaba, pero estaba buscando muchos porqués. 

Ayer salió este tema en un podcast que estuvimos grabando varias personas y creo que es importante escribir sobre ello.
Porque hasta ahora lo había hablado de la somatización en algún vídeo, pero creo que no le había dado la importancia que tiene por lo común que es entre las personas que hemos recibido un diagnóstico tardío y/o no hemos recibido la atención y apoyos necesarios. 

Importante: cuando una somatiza, es por algo. No lo pasemos por alto ni le restemos importancia. Cada señal que nos da el cuerpo, es importante.

somatizar

Apagón tras implementar nuevas rutinas

Este fin de semana me ha tocado recuperarme del apagón (shutdown) tras implementar nuevas rutinas en mi vida diaria. 

Septiembre puede ser un mes complicado para gran parte de la población, porque se termina el periodo vacacional de verano y nos toca volver a nuestras rutinas. 
Para mí suele ser complicado, pero este curso se da la peculiaridad que no vuelvo a mis rutinas sino que he tenido que incorporar nuevas rutinas tanto en lo laboral como familiar. Incluyendo un cambio importante que llevaba años temiendo y “futureando” en bucle. 

¿Cómo gestiono estas épocas?
Pues intento regularme continuamente para poder seguir con mi día a día y me pongo una fecha objetivo en la que sé que podré estar sola y me podré permitir “dejarme apagar del todo y recargar baterías”.
No siempre lo logro, claro. Porque no puedo elegir cuándo tengo energía y cuándo no, pero es verdad que he aprendido a funcionar por inercia en algunos momentos y cada vez me conozco mejor y me puedo ir regulando mejor.

Este fin de semana
Esta semana ha sido la primera con todas las nuevas rutinas en marcha, encima todas de golpe, y ha sido agotadora. Por este motivo ya tenía previsto pasar el fin de semana sola. Y esto estoy haciendo hoy, domingo, sola en casa y desde el viernes por la noche en silencio (sin hablar). 

A continuación describo paso a paso mi fin de semana: 

Viernes
Estaba más bien eufórica por haber conseguido superar esa semana que tanto temía y haber empezado mis clases de piano que tanto me gustan. Estaba aparentemente “bien” pero desde mi perspectiva algo pasada de vueltas y con shutdown a la vista.
¡Ojo! Esto no significa autosugestión, ya que a veces lo tengo previsto y no ocurre. Pero esta vez sí que ha ocurrido.

Sábado
Tras una noche inquieta y despertarme pronto, mi estado era el siguiente:
– Dolor de cabeza
– Físicamente agotada
– Sin apetito
– Ni triste ni contenta.
– Apretando los dientes y mandíbula en tensión.
– Cero memoria y muy despistada.
– Con la TV de fondo, o música, para no escuchar ruidos del exterior.
Estuve todo el día sola, tumbada en el sofá y sin verbalizar ni una palabra. 

Domingo
Mi estado actual:
– He dormido mejor
– Sigo agotada pero no tantísimo.
– Sin ganas de hablar pero sí de tararear algunas canciones.
– Tengo lagunas del día anterior.
– Aprieto un poco menos los dientes.
– Siento que va volviendo la energía y me estoy recuperando.
– Sé que a lo largo del día ya estaré bien. O, por lo menos, mucho mejor. 

Y hasta aquí llega el intento de crónica de mi fin de semana de apagón.

apagón tras implementar nuevas rutinas

Sobre relaciones sentimentales: el flirteo

Las relaciones sentimentales, y el flirteo, es uno de estos temas que se encuentra en el límite entre lo que quiero que prevalezca en mi intimidad y, a la vez, creo que es urgente visibilizar para ayudar a las que ahora son niñas y un día serán mujeres. 

He dicho en más de una ocasión que me considero una persona muy reservada y creo que en este tema es donde más lo soy. Siempre que me preguntan sobre asuntos personales sentimentales, no tengo reparo en decir que yo no hablo de mi experiencia en esto. 

Así que lo que quiero transmitir aquí es mi opinión personal en base a mi experiencia , sin entrar en detalles, y en base a la experiencia de otras mujeres que se encuentran en el espectro del autismo. Del mismo modo, quiero dejar claro que esto no representa a toda la comunidad autista, sino que es una opinión totalmente personal y subjetiva. 

Como titular diría que creo que nuestra condición nos hace vulnerables en lo que a relaciones sentimentales se refiere. Hablando claro: somos carnaza para determinados depredadores. Estoy segura de que los abusos y los malos tratos están a la orden del día entre las mujeres autistas. Y es por esto que  siento que debemos informar y dar muchas herramientas a las niñas. Esas herramientas que no tuvimos las mujeres que hemos recibido una diagnóstico tardío. 

El flirteo

Vivimos en una sociedad en la que el flirteo, o sea ligar, se nutre de dobles sentidos, indirectas, señales, rodeos… Creo que estaremos de acuerdo en que por aquí ya empezamos mal. Porque aquí sí que no tengo reparo en decir que yo misma no pillo ni una indirecta y soy literal a más no poder. Así que en el primer paso ya vamos mal. O me dan un mapa, o no llego. Por no hablar el sí que es no y viceversa. Pero de esto ya hablaré con más detalle en otro capítulo.
Resumen: si la comunicación no es directa, clara y concisa, es fácil perderse.

Por otro lado, puede darse la situación de que tengamos una comunicación tan directa, que la otra persona eche a correr despavorida. Porque esto tampoco gusta y, además, ser directa parece que no es sexy.  Eso de ser sexy creo que también debe ser un tipo de máscara social, pero de las que se usa más, o con más facilidad, en el mundo “neurotípico” (curioso, ¿eh?).

Hasta aquí puede ser un desastre en cuanto a poder lograr iniciar una relación, pero bueno, son “cositas” de nuestro día a día.

Lo que me aterra en este punto de una posible relación, es la parte de no comprender las intenciones del otro. Esto me da pánico. 
Porque si muchas veces no entendemos nuestras propias emociones… ¿Cómo vamos a entender la de otra persona y, por ende, sus intenciones? 
Y si esto se mezcla con la necesidad de encajar a toda costa con nuestro entorno, el resultado puede ser muy peligroso.

Como conclusión personal os tengo que decir que el flirteo me parece cansado y bastante aburrido si tengo que estar continuamente descifrando enigmas sin entender nada. 

Y que quede clara una cosa: una comunicación directa, clara y concisa no es sinónimo de aburrido y carente de chispa. Todo lo contrario, creo que cuando sentimos que nos podemos relajar y ser nosotras, es cuando sale ese sentido del humor tan nuestro (aquí he dado un último coletazo para hacernos las interesantes 😉 )

En el próximo capítulo: relaciones tóxicas. 

Sobre regalos

Cuando me dan regalos, tanto reacciono cual unicornio desbocado, saltando, haciendo wiiiiiii y aleteando, como me quedo aparentemente impasible. Y no significa que me guste más una cosa que otra. 

Lo primero creo que sólo me ocurre cuando son regalos que yo esperaba, que sabía que me iban a hacer y que deseaba mucho. Casi seguro relacionado con un súper ultra mega interés (posiblemente nuevo).  O cuando estoy sola y no me ve nadie.

Mi reacción “natural” es quedarme unos minutos en pausa mirando qué es, sin dolor de cara por forzar una sonrisa. Porque seguramente es algo que no me esperaba, sin anticipación, y quiero analizarlo y saber qué es. 
Aunque sea algo que para todo el mundo “es brutal”, yo necesito mi ratito para saber qué es e imaginarlo en mi vida. No es broma, en unos minutos visualizo un peli entera con ese objeto. 

Durante muchos años intenté reaccionar como creía que esperaban los demás, pero sinceramente se me daba fatal esa actuación y creo que entonces sí que parecía que no me gustara el regalo. 
Desde hace un tiempo (poco antes del diagnóstico también) lo que hago es explicar que sí que me gusta pero que yo reacciono así, y punto. No se lo suelen creer si no me conocen bien. 

¡Ah! Todo esto no significa que no me gusten los regalos. Me encantan. Aunque es cierto que no suelo tener muchos 😉 

Por otro lado, si añadimos que no me gusta dar besos ni tener contacto físico en general, pues no sólo voy a ser una desagradecida sino que encima seré una maleducada. 
Por mi parte prefiero mostrarme como soy aunque el precio sean esas etiquetas. 

Y hasta aquí un pequeño avance de la reflexión caótica que estoy escribiendo sobre emociones, empatía y reacciones. 

regalos y autismo

En la peluquería

Ir a la peluquería es algo que llevo haciendo toda mi vida pero nunca me había detenido a pensar en la cantidad de estímulos que hay allí y el desgaste que supone. 

Ir a la peluquería normalmente me suponía:

  • Ruido (secadores, voces, risas estridentes, timbres, teléfonos) 
  • Olores
  • Luces
  • Conversaciones “sociales”
  • Esperas. 
  • Tener que tomar decisiones
  • Saber decir NO a tratamientos que te intentan vender (eso me generaba mucha angustia porque me sentía mala persona). 
  • Que te toquen la cabeza. Y muchas veces más de una persona. 

Con los años, sin darme cuenta, he ido adaptando esta actividad a mis necesidades. 
Es evidente que con tanto estímulo no podía ser una actividad en la que yo me relajara. Todo lo contrario, salía agotada. 

Normalmente escribo qué cosas se podrían hacer para mejorar mi experiencia. Hoy no.
Hoy voy a contar cómo es mi experiencia actual y ya aviso de que no es algo que sea fácil de conseguir, ¡pero tampoco imposible!

Hace unos años tuve la suerte de conocer a Anna y desde entonces mi experiencia con la peluquería fue cambiando porque tiene un don. De hecho, me relajo tanto, que no me molesta que ella me toque la cabeza. Al contrario, ella es la única persona que lo puede hacer. 

Qué cosas han cambiado: 

  • Estamos en un local pequeño las dos, sin otros clientes ni trabajadores. 
  • El día anterior me recuerda la cita y es flexible con mis despistes puntuales.
  • Si va con algo de retraso, me avisa antes de que yo salga para allá.
  • Sabe que nada de cambios en el pelo. Así que vamos siempre a “tiro hecho”. 
  • No me intenta vender nada. Tengo la total confianza de que todo lo que me haga o proponga es porque lo necesito. No me va a engañar.
  • Me pregunta si me molesta la música. 
  • Si un día no estoy charlatana, pues estamos en silencio y no pasa nada. 
  • ¡Ah! Me encanta enseñarle todos mis objetos para regularme. 

Y para muestra de lo maravillosa que es, os cuento lo que pasó hace unos días: 

La peluquería de Anna está en un barrio de Barcelona en el que se celebran las fiestas en agosto y están muy concurridas.
Normalmente voy andando, por el mismo trayecto exacto, literal. De hecho, una vez crucé una calle antes de lo “habitual” y le conté que tuve que parar porque por un momento me desorienté y no me acordaba a dónde estaba yendo.

Anna sabe que soy autista. Fue a una de las primeras personas que se lo conté. 

Pues bien, el día antes Anna me mandó un mensaje y me dijo que: 

  • Recordara que eran las fiestas del barrio (se me había olvidado). 
  • Me recomendaba ir por otra ruta en la que creía que encontraría menos gente (y me pasó la ruta exacta). 
  • Había mirado los horarios de festejos para comprobar que ese día y a esa hora no hubiesen petardos u otras actividades que pudiera encontrarme en mi camino. 
  • Antes de salir miró cómo estaba el panorama en la calle y me dio el visto bueno. 

Creo que no os va a sorprender si os digo que Anna también es autista. Lo es. 

Podríamos pensar que me lo hace tan fácil por esta conexión que tenemos algunas personas dentro del espectro, pero no creo que sea por eso.
Sé que no es algo solo conmigo. Anna nos cuida y mima a todos porque tiene una calidad humana digna de admirar. 

No aspiro a tanto en mi día a día en otros ámbitos, pero sólo con el primer punto, en el de recordarme que eran las fiestas, ya sería una gran ayuda para que yo me anticipara e hiciera los cambios necesarios en mi trayecto.

Esto es la reciprocidad, o adaptación recíproca, de la que tanto hablo y pido.

Por cierto, aquí ya hablé de ella hace unos meses.

peluquería y autismo

Gestión de situaciones difíciles.

A lo largo de la vida nos toca gestionar situaciones difíciles, como la muerte de un ser querido, que son complicadas para todos, con o sin diagnóstico. 

Hoy voy a hablar del caso en el que estoy viviendo, y sintiendo, el sufrimiento de una persona querida que ha perdido a alguien muy cercano. Que ha perdido una parte de él. 

En estas ocasiones suelo tener reacciones de las que no siempre me siento orgullosa. Pero los nervios e inseguridades me suelen jugar muy malas pasadas.

En mi caso tengo bastante claro cómo necesito gestionar estos momentos: con soledad y espacio. Sintiéndome acompañada (importante) en la distancia pero sin sentirme agobiada.
También sé que esto es lo que necesito yo, pero puede ser distinto para los demás.

Estos días estoy intentando gestionar una de estas situaciones difíciles. Así que voy a intentar ordenar las ideas y a explicarme mínimamente bien. 

Ha fallecido una persona joven, de manera repentina y absolutamente injusta. Esto es algo para lo que nadie está preparado. Yo, por lo menos, no. Por no hablar del bucle en el que estoy, con pensamientos intrusivos, desde que lo supe.

Esta pérdida la está sufriendo de manera muy profunda alguien importante en mi vida. Un amigo de los de verdad. De los que podría considerar como a un hermano. Y me duele profundamente verle mal.

En las situaciones difíciles a veces me muestro fría, ausente y distante. Esto es positivo, supongo, cuando se tiene que gestionar una situación in situ, como un accidente o similar. Pero en casos como el que me ocupa ahora, puedo parecer una insensible. Y esto me duele muchísimo.

A veces me siento rota de tristeza, pero me cuesta exteriorizarlo. Aunque por dentro no pueda casi ni respirar.

Por un lado soy muy hermética para mostrar mis sentimientos, y supongo que, por otro lado, está el hecho de que no me sale mostrar el afecto como se esperaría. Esto me genera mucha angustia y sentimiento de culpa. Porque lo último que querría es que la otra persona se sienta mal por mi manera de hacer las cosas. 

Por este mismo motivo, a veces puede pasar que me esfuerce tanto en querer compensar esta falta de expresividad con mensajes y preguntas desde la distancia…. Y sé que puedo ser agobiante cuando me pongo en modo “intensa” al no saber cómo mostrar que “estoy aquí para lo que necesites”.   

En el directo, que en estos casos suelen ser situaciones con mucha interacción social, suelo soltar comentarios poco afortunados o me dan ataques de risa inapropiados. Todo ello sin ninguna mala intención, sino más bien como consecuencia del alto nivel de estrés que me supone y la dificultad en gestionar mis emociones en ese momento. 

Así estoy, gestionando emociones como puedo.

gestionar y exteriorizar emociones

Vuelta a casa con shutdown incorporado.

Ayer volví a casa tras estar 10 días de viaje. Y, como suele pasar, yo ya tenía calculado el shutdown “habitual” al volver del viaje, sobre todo por el estrés que me genera viajar en avión.  

Quería hacer una mini crónica de mi viaje con todo lo que me ha pasado y creo que más que para una crónica, me daría para la primera temporada de una serie de Netflix.
En resumen diría que ha sido un cúmulo de imprevistos, responsabilidades añadidas, hiperempatía, miedo y mucha falta de anticipación. ¡Casi nada! 

Al llegar a casa, ayer, caí rendida.
Hoy he amanecido más o menos bien, pero según pasan las horas, voy notando esa resaca emocional (shutdown autista) que me va dejando sin fuerzas.
Me voy sintiendo cada minuto que pasa con menos fuerzas, más dolor de cabeza, muchas ganas de llorar pero sin lograrlo, irritabilidad, tristeza, poca tolerancia a cualquier ruido y/o voz, cero tolerancia al contacto físico, sin ganas de hablar… Lo único que me pide el cuerpo es acurrucarme como una bolita y desconectarme del mundo.  Estoy emocionalmente destrozada, agotada. En resumen: tengo un apagón o derrumbe sensorial.

Lamentablemente, por motivos ajenos a mí, hoy no puedo parar. Puedo reducir un poco la actividad y puedo posponer cosas pero tengo obligaciones que tengo que llevar a cabo sí o sí; y lo haré, por supuesto.
Por lo menos, tras el diagnóstico, he aprendido a reducir la actividad cuando detecto que se acerca un shutdown. ¡Eso es un gran avance!

IMPORTANTE

Esto no me convierte en una irresponsable y, ni mucho menos, en una mala madre; no nos confundamos. E igualmente tampoco me convierte en una vaga, como pensarían muchas personas si les dijera “hoy no tengo fuerzas para hacer nada”.
Simplemente cuento esto para intentar explicar que para hacer algo aparentemente sencillo, que un día en el que esté regulada podría hacer fácilmente, para mí hoy puede significar un  sobreesfuerzo muy grande.

¿Os dais cuenta de lo contradictorio que es esto?
El día que tengo menos reservas de energía es cuando necesito más energía para hacer cualquier cosa, por simple que parezca.
Por cierto, os recomiendo leer sobre la teoría de las cucharas

Perdonad si el texto es un poco caótico, o si hay faltas y errores varios… pero así es como estoy. 

Así que ahora desconecto y voy a ver si logro permitirme mi ratito para ir recuperando energía.

shutdown y autismo

 

Viajar en avión

Viajar en avión es una de las cosas que menos me gustan. Tanto el mismo hecho de volar como toda la parte del aeropuerto. 

Partimos de la base de que tengo vértigo, así que por aquí ya empieza mi pesadilla. 
Me genera mucha ansiedad el hecho de no estar sujeta al suelo. 

Los días previos al viaje estoy irritable y con un nivel elevado de ansiedad. Los pensamientos intrusivos no me dejan casi ni dormir. 
Encima, tengo la mala costumbre de hacer la maleta a última hora (la reina de la postergación os saluda) y suelo olvidarme cosas importantes como la ropa interior o el cepillo de dientes. Y, a cambio, me llevo cosas absurdas que sé que no voy a usar. 

Y ya casi como un ritual-castigo, siempre me digo una y otra vez que “para el próximo viaje haré una lista y la prepararé con tiempo”. 

Cuando llega el día

Suelo llegar pronto al aeropuerto. Exageradamente pronto muchas veces. Pero me da tranquilidad dentro de mi estado de histeria. Al fin y al cabo es lo único que puedo medio controlar ese día. 

Una vez allí, todo va empeorando mi estado. Hay mucha gente, colas para facturar las maletas, colas para pasar el control… Sonidos continuos de avisos. 

Normalmente llego tan pronto que ni siquiera sale la puerta de embarque. Así que voy acumulando más incertidumbre para el saco. 
Y ya ni hablamos de si hay retrasos. 

Me tomo la medicación correspondiente para calmar un poco la ansiedad y sigo intentando controlar los pensamientos intrusivos. 

Me angustia no saber si se embarca con finger (bien) o con autobús (mal). 
Si tengo la mala suerte de que embarcamos con autobús, mi nivel de ansiedad se dispara. Gente que me roza, olores, ruidos, risas estridentes, conversaciones que me irritan… horror asegurado.

Si viajo acompañada, quien sea tiene que tener muuuuucha paciencia e intentar no darme demasiada conversación. Porque sé que puedo estallar en cualquier momento y ser poco simpática. 

Entro en el avión y ya paso de la histeria al pánico. Pero tranquilos, todo va por dentro y por fuera mantengo mi medio sonrisa (o un cuarto de sonrisa).
Según cruzo la puerta, analizo a toda la tripulación. Los pensamientos intrusivos empiezan a adueñarse totalmente de mí. 

Me siento y miro que esté todo en orden (como si supiera algo sobre aviones…). 
Cruzo los dedos (sentido figurado)para que las personas que tengo delante y detrás no se muevan mucho, porque sé que mis nervios pueden llevarme a pedirles de malas formas que se queden quietos. 

Antes de despegar sujeto varios objetos antiestrés en las manos y me aseguro de poner la música en los auriculares.
En alguna ocasión me han pedido que me los quite y les he explicado mi pánico. Normalmente han cedido. 
Si no puedo llevar la música puesta, escucho tantos ruidos diferentes que enloquezco. 

El avión se mueve y empiezo con las respiraciones y las estereotipias. En ese momento me importa bastante poco que las vean. Suficiente hago con  controlarme. 

Lo que más odio de todo es el despegue. Me aterroriza. 
Estoy todo el rato intentando ver la cara de la tripulación, si sale humo de los motores… y no dejo de pensar en la peor de las catástrofes y sus consecuencias. 
Sigo con las respiraciones mientras me caen lágrimas que no puedo evitar. 

Quien me conoce sabe que en ese momento lo único que necesito es que no me hablen y cuando les mire con horror, que me digan simplemente que todo está bien. Nada más. 

Si hago algo digno de reírnos, prefiero que nos riamos al llegar a tierra. 
Porque, no nos engañemos, he tenido momentazos de arrancar un reposabrazos del susto tras una turbulencia o de romper un reposapiés de tanto “frenar”.  Porque bruta lo soy un rato. 

Durante el vuelo, mientras todas las señales luminosas están apagadas, logro estar algo menos ansiosa. Pero no quito ojo a la tripulación ni a las alas y motores (si logro verlos). 
Si hay turbulencias, me dan los mil males. Me doy tales sustos que los de mi alrededor se asustan también. Lo siento. 

Los vuelos en los que menos miedo he pasado han sido los que el piloto ha ido explicando todo lo que iba pasando. Eso es maravilloso.
Aunque tengo que decir que con la tecnología que hay ahora en los aviones, me siento mucho mejor porque puedo ir viendo el trayecto y cuánto queda para llegar. 

El momento del aterrizaje me da miedo, pero no tanto como el despegue (y seguramente hasta es más peligroso) porque estamos llegando y eso me tranquiliza. 
Siempre, siempre, siempre me asusto cuando sacan las ruedas. Aunque sepa que son las ruedas, no hay vuelo en el que no me asuste con el ruido. ¡Deberían avisar!

Y confieso que no puedo evitar un “wiiiiiii” cuando tocamos tierra y me siento “a salvo”. 

Luego viene la parte de salir de allí, recoger maletas, etc. 
Para entonces ya me he relajado y empiezo el  viaje con un buen “resacón emocional”.

¿Cómo podría mejorar mi experiencia?

Como he dicho, con las nuevas tecnologías ha mejorado bastante mi experiencia en viajar en avión porque puedo ir controlando el trayecto. 

Supongo que si tuviera acceso rápido en las colas, me ayudaría a bajar la ansiedad, pero es algo que imagino que en mi caso me puedo aguantar si tengo que priorizar otras “adaptaciones”. 

Lo que más me ayudaría sería, una vez más, ANTICIPACIÓN para cosas como: 

  • Saber cómo será el acceso al avión. 
  • Opción de que me fueran explicando el porqué de algunos ruidos y turbulencias. O que, simplemente, me dijeran que “todo está bien”. 
  • Facilidad para poder sentarme en sitios que me generan menos ansiedad (por ejemplo, donde veo las alas y motores).

Por pedir que no quede

Y hasta aquí algo sobre mi experiencia en viajar en avión.

viajar en avión

En el gimnasio.

Tras varias semanas, o meses, mentalizándome, postergando y habiendo hecho un estudio de mercado minucioso, decido apuntarme a un gimnasio. 

Durante el proceso de selección he mirado cómo son las instalaciones, cómo huelen, qué ruido hay, a qué horas hay más afluencia, qué actividades ofrecen, etc. Y, obviamente, la parte económica ha jugado, lamentablemente, el rol más importante.

Para empezar me propongo ir un día a una actividad dirigida que haya hecho antes, en horario de mínima afluencia. Por lo menos sé más o menos a lo que voy y me quito esa parte de incertidumbre.

Llega el día y tengo mucha ansiedad. No quiero ir, pero a la vez sé que tengo que ir. 

He intentado convencer a alguna amiga para que me acompañe, pero por horarios no pueden. Voy sola. Me paso el día pensando sólo en eso.

Accedo a las instalaciones temblando, para variar (ironía).
Me tengo que cambiar de ropa en el gimnasio porque voy directamente desde el trabajo.
Odio los vestuarios y me dan bastante asco en general; aunque estén limpios (si están sucios, me voy, en sentido literal).
Además, llamadme recatada, pero a mí no me gusta pasearme desnuda, ni medio desnuda, y tampoco me gusta ver desnuda a gente que no conozco (y a la que conozco, tampoco, no nos engañaremos). Soy muy pudorosa.
Busco un sitio escondido en el vestuario para evitar que invadan mi espacio y no sentirme observada. Me cambio deprisa y evito cualquier conversación con nadie.

Estoy nerviosa y me siento fuera de lugar. Me siento una extraña en un sitio desconocido y no me gusta.

Llego a la sala de la clase (tras comprobar 15 veces que es esa) y me tranquilizo un poco al ver que somos pocos alumnos y que la profesora ha preguntado si hay alguien nuevo. Por fin he podido decir que soy nueva y que, sobre todo, soy torpe. Así calmo mi hiperexigencia si no me salen los ejercicios.
Porque, claro, mi sentido del ridículo no quiere llamar la atención. 

Durante la clase me muestro graciosa, como no, usando mi máscara de “despreocupada que le da igual hacer el ridículo” y por dentro tengo a mi yo más competitivo y perfeccionista intentando hacerlo bien, aunque mi torpeza y poca flexibilidad estén allí presentes. 

Cada vez que la profesora dice “relajaros y disfrutad”, sonrío mientras pienso “si me relajo te hago 20 estereotipìas y me tumbo en el suelo frío para relajarme”. Estoy tensa.

Termino la clase y me voy corriendo al vestuario, mientras se quedan charlando. Así evito encontrarme con los demás allí ni tener que establecer conversaciones de “ascensor”, o de “parque” si se alargan un poco. No doy pie a quedarme, porque soy la que siempre tiene prisa porque tiene una reunión (sí, miento por supervivencia).
Me encantaría quedarme un rato más en el gimnasio para hacer otros ejercicios y estiramientos en la sala de máquinas. Pero en mi cabeza ya ha saltado la alarma de “necesito salir de allí” y no hay otra opción. 

Salgo de allí y estoy agotada. No tanto por el ejercicio sino por el desgaste psicológico que me ha costado. Me digo engaño, a mí misma con un “no ha sido para tanto, la próxima vez estaré más tranquila”.
La realidad es que la próxima vez será exactamente lo mismo. 

Sé lo importante que es hacer ejercicio y lo mucho que lo necesito para canalizar la ansiedad y, en otros momentos, para activarme. Pero ir al gimnasio está claro que no me compensa. Por lo menos en el formato económico y “normal”. 

¿La solución?
Lo ideal sería tener un entrenador personal o, mejor, un sitio con grupos reducidos, sin olores intrusivos ni demasiados ruidos. Pero esto es caro; por lo menos para mí. 

Y escribiendo sobre esto, se me ocurre que estaría bien que alguien: montara un proyecto para ofrecer estos servicios a algunos colectivos.
Ahí lo dejo para quien lo quiera tomar 😉
O, si ya existe, agradecería mucho que me pasarais la información .

Justo antes del confinamiento conseguí ir durante varias semanas, de manera regular, pero porque hacían clases de sevillanas (sí, en un gimnasio) e iba con una amiga. No sé lo que hubiese aguantado. 

Y hasta aquí mi historia recurrente cada vez que me apunto al gimnasio. 

Ejercicio y cuidado personal en el gimnasio