Skip to content Skip to footer

Un día cualquiera, de camino a casa, me acuerdo de que tengo que comprar una cosa en la farmacia.
Aprovecho que paso por delante de una de las 3 farmacias a las que suelo ir y entro sin pensármelo; y sin mirar desde fuera si hay más gente. Esos días en que estoy “venida arriba y puedo con todo”. 

Normalmente me gusta cómo huelen las farmacias, por lo menos a las que voy yo, porque huelen a una mezcla de nada y de limpio. 

Entro a la farmacia y me quedo paralizada… ¡puajsss huele a yogur líquido infantil, de fresa!
Paro la música de los auriculares, arranco de nuevo dirección al mostrador y escucho “¡cuidado, no lo pises!”. Miro hacia el suelo y veo el yogur en cuestión derramado por todos lados. Consigo no pisarlo a pesar de que empiezo a estar descolocada. 

Cuando me doy cuenta, tras el impacto del olor y el aviso-susto para que no pise eso, veo que hay algo de cola. Empiezo a estar demasiado bloqueada como para tomar decisiones. Me aguanto y espero en la cola a pesar de tener unas ganas locas de huir corriendo a algún sitio apartado y convertirme en un ovillo.

Es mi turno. El señor que está en el mostrador de al lado habla fuerte y deprisa. Ahora sí: me bloqueo. El olor, el susto, el ruido… 
La farmacéutica me dice algo y soy incapaz de entenderla, porque sólo puedo estar pendiente de ese olor y de esa voz. No soy capaz de escuchar su voz, es como un ruido de fondo… y el hecho de llevar mascarilla no ayuda. 
Puedo intuir que me están preguntando qué quiero o algo similar y cuando voy a decirlo… se me olvida completamente lo que necesito.
Estoy allí paralizada, confundida y molesta conmigo. Necesito irme, me he bloqueado. Compro una tontería que seguramente no necesito y me voy.

Llego a casa y tengo ganas de llorar. Estoy enfadada. Me enfado por ser así.
Yo no reniego de mi condición como persona autista, pero confieso que a veces desearía con todas mis fuerzas ser como los demás para no tener que estar perdonándome por ser “diferente” y por no tener reacciones, al recibir ciertos estímulos, que no me permiten pasar un día tranquilo. Porque estar continuamente adaptándote es AGOTADOR.

Por cierto, al terminar supe que el que había derramado el yogur en la farmacia era el mismo que hablaba fuerte. Así que me reafirmo en que ese señor era una bomba de relojería para mi estabilidad sensorial. 

 

Deja un comentario

Go to Top