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Cuando me preguntan si me gusta el silencio, siempre respondo que me gusta el silencio acompañado. 

Suelo hablar de mi hipersensibilidad con los ruidos. De la sensación de aturdimiento, y bloqueo absoluto, que siento cuando hay mucho ruido a mi alrededor. Con esto podría dar a entender que adoro el silencio, ¿verdad? Pues no, el silencio me pone muy nerviosa. Aunque parezca algo contradictorio y absurdo. 

Voy a intentar explicarme, poniendo algunos ejemplos: 

En casa
Me he dado cuenta de que siempre tengo la música o la TV puesta. Lo hago de manera casi automatizada desde que me despierto hasta que me voy a dormir. Muchas veces no la escucho ni la veo, pero al tenerla, con un volumen más bien bajo, es como si incorporara un “ruido de fondo” que hace que no escuche los ruidos de la nevera, del ascensor de la finca, de los vecinos, de los coches… Es como si este ruido de fondo que yo elijo, cancelara muchos ruidos que no me dejan hacer nada.
De adolescente recuerdo estudiar siempre con música. Sin ella me resultaba (más) imposible. 

En el colegio y en la universidad.
Uno de los motivos por los que creo que no quise pude estudiar es porque en los exámenes lo pasaba realmente mal por el silencio.
Dato freak: me dan ataques de risa cuando escucho los ruidos de las tripas.
En los exámenes estaba más pendiente de cada ruidito, externo o de mi propio cuerpo, que del mismo examen. Me resultaba casi imposible concentrarme. 

Otros lugares
Siempre me ha sorprendido lo mucho que me gustan las librerías y, sin embargo, soy incapaz de ir a una biblioteca. Ahora lo entiendo: me resultaba insoportable ese silencio.  
Por otro lado, cuando estoy en una reunión u otros sitios donde hay silencio, sin darme cuenta me pongo a canturrear con la boca cerrada, intentando equilibrar ese silencio y regularme para aguantar ahí dentro como sea. 

En conversaciones
Quien me conoce sabe que siempre pongo música aunque estemos charlando tranquilamente en casa. Cualquier ruido que escuche, aunque sea casi imperceptible, no me deja seguir una conversación. No es un sonido que me resulte insoportable, ni siquiera muy fuerte. Pero me interfiere de tal manera, que no puedo centrar mi atención en otra cosa. Es como si mi cerebro se focalizara en ese ruido y no pudiese atender a nada más. Y por mucho que me esfuerce, no puedo evitarlo hasta que lo “elimino”. 

Así pues, el silencio para mí es esa zona de confort en la que no hay un ruido que me deje aturdida y, a la vez, exista un “ruido” que me permita centrarme en lo que quiero hacer o atender. 
¡Ah! Un silencio acompañado que adoro es el silencio de la playa con la melodía de las olas del mar, o el silencio de la montaña con el viento y los animales. 

 

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