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Siempre digo que no me gustan los abrazos, pero creo que no es exactamente así.
Quizás es más correcto decir que no me gusta cualquier abrazo.
Hay un detalle importante y es que: prefiero abrazar a que me abracen. Eso sí, reconozco que abrazo poco, muy poco. 

No me gustan los abrazos superficiales, pero sí que me gustan, y necesito, los abrazos profundos; esos que te dejan casi sin respiración.
Una vez más me voy a los extremos y soy contradictoria (¡así soy!). 

Tengo que decir que esta es una de las cosas que me intriga encontrar el “porqué”.  Y estamos en ello con Júlia (Terapeuta Ocupacional), analizando cada cosita para ir entendiendo muchos porqués e ir ordenando cosas.

Al analizarlo por mi cuenta, pienso que no me gusta abrazar en general porque es una clara invasión de mi espacio. Y ya sabemos que el contacto físico suele generarme malestar. Además, seguro que también influyen los olores y otros tantos estímulos que recibo con tanta proximidad física.
Por otro lado, entiendo que los abrazos profundos son súper reguladores para mí porque necesito sentir más presión (tacto profundo) para regularme ante tantísimo estímulo.
Y con mis teorías me estoy haciendo unas mezclas interesantes de “hiper” e “hipo” que no habrá quien me entienda, pero que estudiaré intensamente las próximas semanas 🙂

Por último, y no menos importante: yo siempre aviso antes de abrazar y pido permiso. Cosa que me encantaría que hicieran las otras personas conmigo. Y puestos a pedir, que nadie se ofendiera ni me señalara si mi respuesta es un no.

Sé que suena raro, pero pídeme permiso para abrazarnos.

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