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Hoy quiero contar algunas cosas relacionadas con el deporte, como continuación del artículo que publiqué ayer sobre integración sensorial, en el que explicaba el patrón de bajo registro de mi perfil sensorial. Cosas relacionadas con mi fuerza descontrolada y mi torpeza, que me vinieron a la cabeza según íbamos comentando los resultados de mi perfil con la terapeuta ocupacional.

PÁDELedad adulta

Me gusta jugar al pádel, o más bien intentarlo.
Alguna vez he recibido clases y siempre me dicen lo mismo: “tienes buena técnica pero tienes que conseguir controlar la potencia”. Vamos, que doy unos golpes que dejo las bolas temblando.
Cuando he quedado para ir a jugar, siempre pregunto cómo son las redes de protección y qué hay alrededor de la pista, ya que siempre (sin excepción conocida) mando las bolas fuera.
Además, me molesta que las palas sean tan ligeras, al contrario que la mayoría, supongo. 

A raíz de hablar sobre esto, me acordé del siguiente deporte. 

GIMNASIA RÍTMICA Y ARTÍSTICA infancia

Uno de los pocos deportes que me gusta ver es la gimnasia, tanto rítmica como artística, femenina y masculina. Y en uno de mis tantos cambios de “aficiones” decidí que quería hacer gimnasia rítmica. Yo, la que en un intento de tocarse los pies, no llega más allá de las rodillas.
Además era lo que practicaban las niñas “populares”, así que se convirtió en algo imprescindible en mi carrera para conseguir encajar y ser como las demás. 
Me apuntaron a un centro cerca de mi casa, en un polideportivo, y recuerdo lo feliz que estaba con mi maillot empezando a formar parte de eso que tanto me fascinaba.
Resultado del experimento: duré pocas semanas. A parte de no tener ningún tipo de gracia, con mis movimientos bruscos, colé los aros varias veces en el techo. Si me decían que lanzáramos el aro hacia arriba… pues aparecía mi potencia descontrolada dándolo todo. Alguna compañera se llevó más de un pelotazo o “cuerdazo”. Las mazas no me dejaron ni tocarlas.
Nos propusieron, amablemente, que mejor probara la gimnasia artística. Vamos, les pasaron el muerto a los del otro lado de la pista donde entrenábamos.
Mi maillot maravilloso y yo cambiamos a gimnasia artística y allí la potencia la pude mostrar volando por encima del potro o el “plinto” sin tocarlo. Y alguna vez tuve el don de darme de cabeza cual bola contra los bolos. 
Hace falta recordar también que, además, soy torpe y muy poco elástica. Así que duré poco y nunca entendí por qué tuve que dejarlo (ahora supongo que por petición popular) pero por lo menos tengo el recuerdo de participar en una exhibición en la que me sentí muy feliz y realizada por el simple hecho de estar allí, siendo una más de todas esas niñas a las que idolatraba en mis sueños.
De ese mismo día recuerdo caídas a lo bruto en prácticamente todos los aparatos del circuito. Pero me dio igual, porque yo estaba allí con mi maillot y mis compañeras.

¡Hasta aquí dos ejemplos de la infancia y la edad adulta!

 

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