No hace falta ir más allá de una misma para encontrar cosas que me regulan de manera innata, como puede ser mi voz. Aunque en muchas ocasiones yo misma me lo haya limitado, incluso prohibido para cumplir con ese estándar social en el que están mal vistas ciertas estereotipias.
Mi propia voz me regula. A parte del tic que me suele salir con la ansiedad, que yo creo que es más bien como una tos. Me refiero, por ejemplo, a ese “wiiiii” agudo que me sale cuando estoy muy contenta. O ese “mmmmm mmmm” con tonos graves para compensar otros ruidos que me cuesta tolerar.
Así como un “wiiiii” es como una vía de escape para sacar la euforia desatada de un momento concreto, los tonos más graves los siento de otra manera. Es como si me ayudaran a que todo el desorden que tengo en mi cabeza se ordenara. Y así lo voy visualizando. Y no creo que esté diciendo nada del otro mundo, ya que, si no me equivoco, en una meditación puede darse este “mmmmm”, ¿no?
Por otro lado, cuando estoy en un momento de mucha ansiedad, suelo canturrear con los oídos tapados. Y, si estoy sola. le añado un balanceo con los ojos cerrados. Suele ser una combinación ganadora en estado de mucha ansiedad. Si a alguien le intriga, canturreo cosas sin sentido (ninguna canción en concreto), ya que lo que busco en ese momento es un tono de voz, una vibración concreta que me tranquilice.
Por otro lado, hay días que estoy impaciente para que llegue algo que me hace mucha ilusión y puedo estar el día entero tarareando una misma canción.
Y aquí un poco más de mi yo más invisible y la autorregulación con mi voz.
Al conocer mi perfil sensorial pude confirmar que ir de excursión y subir montañas no sólo me gusta sino que es una de las cosas que más me regula y me hace sentir bien. Vamos, si por mí fuera, iría cada semana a la montaña, pero no es el caso ahora mismo.
De hecho, la naturaleza en general tiene efectos mágicos. Con el aire fresco (menos cuando hace mucho calor), nubes, árboles, plantas, sonidos agradables… ¡Me encanta!
La mochila Una de las recomendaciones tras conocer mi perfil sensorial actual fue que llevara pesos como, por ejemplo, una mochila. Entonces me di cuenta de que siempre que iba a la montaña, cargaba yo con una mochila (bastante pesada, por cierto) y no quería que me la llevara nadie. Entonces no sabía el porqué, ¡ahora sí! De hecho, si voy sin mi mochila soy torpe y me siento insegura.
Confesión: mis manías con el agua Me da un ascazo tremendo compartir la botella de agua. Soy capaz de no beber en toda la excursión si la tengo que compartir. También me da bastante repelús beber de recipientes que no son transparentes, o si está muy caliente, por supuesto. Así que os cuento un secreto: siempre llevo mi botella y una botella para invitados (vamos, para los demás). Y ya de paso estoy llevando más peso 😉
CONCLUSIÓN En mi perfil sensorial, en el patrón de bajo registro, una de las cosas que ponía era que en deportes tengo tendencia a decantarme por actividades de mayor carga propioceptiva, como ir de excursión a la montaña, Por otro lado, prefiero vestir con ropa y zapatos de un mayor peso y llevar bolsos pesados o cargar con bolsas llenas.
Así que más claro, imposible. Necesito ir de excursión más a menudo para sentirme mejor.
Hay días en los que me quedo sin energía (#shutdown autismo) y con los años, sin darme cuenta, he ido recopilando recursos para una autorregulación que me ayude a equilibrar mis emociones. Seguramente por pura supervivencia.
Aunque hasta hace pocos meses no fuera capaz de entender lo que me estaba pasando cuando me quedaba sin energía, ni por qué ni cómo volvía a estar conectada con el mundo y conmigo; ahora sé que tiene un nombre y es integración sensorial. Es por este motivo por el que insisto tanto en la importancia de terapia ocupacional e integración sensorial para conocer bien nuestros perfiles sensoriales y, así, conocernos mejor y poder autorregularnos.
Pues bien, ayer me di cuenta de una cosa que hago de manera inconsciente en ciertos momentos en que necesito regularme, sobre todo, cuando me quedo con pocas energías (cucharas) y necesito activarme un poco; y, a la vez, calmar la tristeza que me invade en ese momento.
¿Qué es? Un altavoz portátil. Recurro a él cuando estoy muy sensible y no tolero los auriculares.
¿Qué hago con él? – Elijo un altavoz que pese porque me relaja sujetarlo. – Pongo alguna de mis listas de música o una canción en bucle. – Me lo acerco a la mejilla para sentir las vibraciones. – Lo sujeto con las dos manos y aprieto. – Me permito quedarme embobada el rato que haga falta.
No hace milagros pero me ayuda a desconectar de lo que me está desregulando y a conectar conmigo.
Y hasta aquí un poquito más sobre mis descubrimientos de autorregulación, la terapia ocupacional e integración sensorial.
La música es la herramienta más poderosa que tengo tanto para regular como para revolucionar mis emociones.
Supongo que tendrá algo que ver el hecho de que vengo de una familia materna de músicos. Y que aprendí a andar casi a la vez que empecé las clases de música que seguí durante toda mi infancia.
De niña estudié música en movimiento, lenguaje musical, iniciación al piano, flauta dulce, flauta contralto, coral, danza contemporánea (duré poco), jazz, claqué (eso es lo que más me gustó por goleada),… y alguna cosa más que no recuerdo. Ninguna duró mucho tiempo. Cuando intento entender el porqué, llego a la conclusión de que abandonaba por falta de motivación algunas veces, no porque no me gustara, sino por el formato en que se me enseñaba, y otras veces para huir de situaciones en las que no me sentía cómoda; como puede ser demasiada socialización y/o exposición (clases grupales, espectáculos, audiciones, etc).
Lamentablemente no soy una virtuosa de la música, ni siquiera creo tener una gran cultura musical. Mi relación con la música es emocional, es visceral. Cuando tengo una canción favorita, no acostumbra a ser por la letra, es más bien por las sensaciones que despierta en mí la melodía, la armonía, los ritmos… los sonidos, los silencios…. es MAGIA.
No sé como poner con palabras lo que me gustaría comunicar ahora. Lo voy a intentar. Y es que a veces pienso que yo siento la música de una manera muy visceral, muy profunda, muy intensa. Es como si cada nota, cada sonido, cada acorde, cada cosita se metiera dentro de mí.
Hay canciones que no las puedo escuchar porque me remueven de tal manera, que no soy capaz de entender lo que siento y lo que me está pasando y luego hay otras canciones que las puedo escuchar durante horas en bucle. Algunas canciones las escucho y arranco a llorar sin poder evitarlo; y otras veces quiero saltar hasta tocar las nubes o dar vueltas hasta marearme. Cantar… oh, cómo me gustaría cantar bien. Porque… ¡es taaaaan maravilloso y regulador cantar! Combinar graves y agudos, expresar todas las emociones con la voz… ¡Me encantaría cantar bien! Por suerte para mi entorno sólo lo practico en la intimidad.
Me gusta archivar mis recuerdos con música. Así que mi archivo de recuerdos tiene banda sonora. De hecho, me atrevería a decir que yo no sólo pienso con imágenes, sino que también lo hago con música.
Cuando me evado, que es muy a menudo, suelo cerrar los ojos con una canción, respiro hondo y abrazo todos los recuerdos que me evoca. Otras veces simplemente dejo que las emociones salgan y me ayuden a poner nombre u ordenar a mis sentimientos.
Por otro lado, cuando me imagino (sueño) situaciones futuras positivas, suelo hacerlo con música. Vamos, que vivo en un musical.
Como conclusión de la música y mis emociones: la música para mí es algo vital. Sin ella, moriría.
Siguiendo con mi perfil sensorial y el patrón sensitivo, hoy quiero escribir sobre mi hipersensibilidad por excelencia: la hipersensibilidad auditiva.
No es la primera vez que hablo sobre ruidos y sobre mi fobia a los petardos y a la pólvora. Y quiero hacerlo de nuevo porque es algo que me afecta, y mucho, en mi vida diaria.
Me cuesta explicar en qué se diferencia mi hipersensibilidad con la “sensibilidad normal”, ya que no tengo ni idea de cómo perciben estos sonidos la mayoría de las personas. Sólo sé que para mí es extremadamente dañino tanto por las sensaciones que experimento como por la afectación en mis interacciones sociales.
No tolero los ruidos secos (y tal cual lo he escrito he pensado “¿existen los ruidos mojados?”). Los sonidos agudos son insoportables, no hay manera humana, ni marciana, de soportarlos. Los sonidos graves me hacen sentir palpitaciones, y me puedo llegar a marear, pero no es nada comparable con el malestar que me genera un sonido agudo. Siento que me van a estallar los oídos y la cabeza entera. De hecho, muchas veces compenso un sonido agudo externo, con uno grave mío. Y, por lo que he ido descubriendo, parece que oigo sonidos que otras personas no detectan.
Lo que para algunos es ser una exagerada, o una cuentista, o incluso una inmadura, para mí es un estado de alerta constante y agotador. Cuando escucho un sonido fuerte, hay algo dentro de mí, en forma de angustia y miedo con pensamientos intrusivos, que no puedo controlar. Soy incapaz de concentrarme en nada, porque entro en un modo de “supervivencia” para controlar ese estado. Siento la necesidad de taparme los oídos con las palmas de las manos (y lo hago) y de huir. Me vienen escalofríos y no puedo dejar de apretar los dientes muy fuerte.
EN CASA Cuando estoy en casa me resultan insoportables algunos sonidos como las ollas y las tapas cuando chocan entre ellas. Y con la torpeza que me caracteriza, suelo tener el don de que se me caigan al suelo y otras absurdidades que hacen que el ruido sea peor. Sólo con imaginarlo y escribirlo me han venido varios escalofríos y tengo los dientes apretados a más no poder. De afilar los cuchillos ni hablamos, antes muero.
Me aturulla la TV demasiado alta. De hecho siempre estoy molestando con el volumen. Es como si me costara mucho encontrar el punto intermedio. Así que, según con qué películas, voy subiendo y bajando el volumen en función de las secuencias. Escucho los ruidos de los vecinos y no sólo los escucho sino que me obsesiono con esos sonidos y me sacan de quicio. Los gritos supongo que no podría tolerarlos pero, por suerte, en mi casa no se grita.
No puedo con los portazos, se me para el corazón y estoy un buen rato volviendo a un estado de regulación mínimamente aceptable. Otra cosa que suele ser un problema son los timbres. Cuando sé que van a llamar al timbre, me tapo los oídos. Aunque lo “normal” es que no avisen y suele ser un susto del nivel de los portazos.
Hace poco me di cuenta de que el ruido del aspirador me desregula de tal manera, que tengo que usarlo con auriculares que cancelen lo máximo posible el sonido. Y es curioso porque el sonido del secador lo tolero bastante bien, pero los aspiradores tienen como un pitido agudo que me machaca las neuronas y todo el sistema nervioso.
EN LA CALLE Salir a la calle en una ciudad como Barcelona, es una tortura a nivel auditivo. Y todavía más después del confinamiento. Coches, motos, camiones, bocinas, sirenas, gritos, ladridos, obras… es un suplicio. Siempre salgo de casa con los auriculares puestos, pero hay muchos ruidos que me siguen llegando.
SILENCIO ACOMPAÑADO Y con esto empezamos con las contradicciones. Igual que me molestan los ruidos, me incomoda mucho el silencio. Quizás porque si hay mucho silencio, yo sigo percibiendo otros sonidos que no me dejan concentrarme o descansar. Siempre hablo del “silencio acompañado”, ya sea con el sonido del mar o música, pero es como si necesitara “enmascarar” estos sonidos que me me llegan.
DESREGULACIÓN: MELTDOWN, SHUTDOWN Y BURNOUT Cuando estoy desregulada, todavía soy más sensible a todos los sonidos. Me irrito con más facilidad, pero es que realmente siento los sonidos como algo agresivo para mí. Esta hipersensibilidad suele ser una de las primeras señales de que está llegando un meltdown, shutdown o burnout. A veces es tal el nivel, que hasta me molesta el sonido de “respirar”. Y, sin embargo, es posible que mis propios sonidos no sólo no me molesten sino que me ayuden a regularme.
Si queréis saber más sobre mi hipersensibilidad auditiva, hace unos meses escribí sobre ruidos o mi fobia a los petardos.
Sigo escribiendo sobre lo que voy interpretando de mi perfilsensorial actual y sobre lo que voy descubriendo sobre mi (¿desorden?) procesamiento sensorial.
Hoy empiezo a hablar sobre el patrón sensitivo, posiblemente el que tenía más presente antes de empezar todo este proceso.
PATRÓN SENSITIVO El patrón sensitivo se caracteriza por un umbral* bajo y una autorregulación pasiva. Son personas que detectan estímulos que los otros no detectan. Sara ha obtenido una puntuación de “mucho más que la mayoría de personas” en el patrón sensitivo, siendo el patrón con la puntuación más elevada. *El umbral neurológico es la cantidad de estímulo necesaria para que una neurona responda.
Esta puntuación se debe a mi hipersensibilidad a los diferentes estímulos sensoriales. Algunos de los que destacan son: – Olores y sabores fuertes. – Movimientos rápidos e inesperados. – Estímulos visuales que impliquen mucha luz, imágenes visuales inestables o mucho movimiento alrededor (centros comerciales, festividades …). – Texturas de alimentos y de ropa concretas. – Sonidos fuertes e inesperados o gran cantidad de ruido alrededor.
Esta hipersensibilidad puede impactar en el desempeño de las diferentes actividades que realizo a lo largo del día a día: comida, higiene personal, desplazamientos, comprar …
Cabe remarcar, sobre todo, la fobia que tengo a los sonidos fuertes, de la que he hablado en muchas ocasiones; así como en la evitación de realizar actividades en entornos con mayor afluencia de personas.
Además, esta hipersensibilidad está directamente relacionada con la regulación sensorial general. De este modo, cuando me encuentro en un estado de mayor desregulación (ejemplo: tras una reunión social), mi respuesta ante estímulos del entorno aumenta notablemente (pueden molestarme más los estímulos sensoriales que en otras situaciones).
Este texto lo he sacado, prácticamente en su totalidad, de mi perfil sensorial realizado por Júlia Carbonell, de OTFIC. Con quien, conforme nos vamos conociendo y vamos trabajando, lo vamos concretando más. Es importante destacar también, que el perfil sensorial no es algo estático, sino que puede ir variando.
Recomiendo leer este artículo sobre la Teoría del Procesamiento Sensorial según Winnie Dunn.
En próximos capítulos seguiré explicando el patrón sensitivo con ejemplos en primera persona, pero de vez en cuando me gusta añadir algo más “técnico” (teniendo en cuenta que lo hago desde mi “desconocimiento” como experta y desde mi propia experiencia).
Sigo contando algunos ejemplos sobre lo que voy descubriendo de mi patrón de bajo registro (leer artículo anterior aquí) en mi perfil sensorial. Hoy voy a escribir sobre cómo se ve afectado mi día a día.
ROPA Y COMPLEMENTOS Con todo este proceso de autoconocimiento he descubierto que me gusta más la ropa y calzado que pesen, que la ropa ligera. Me siento más segura y menos torpe. Los mismo con los zapatos. Para estar en casa me gusta la ropa ancha pero que pese igualmente. Y para salir a la calle suelo ir con ropa más bien ajustada en las piernas (pitillos o leggins) y en el torso (tipo camisetas de tirantes) siempre con cosas anchas por encima, claro. Es algo curioso, ya que me siento más cómoda así en la calle, pero cuando llego a casa necesito “descomprimir”. Me incomoda llevar bolsos que no pesen. Vamos, que mis bolsos pesan un montón y al pensarlo me he dado cuenta de que siempre me han hecho comentarios tipo “¿llevas un ladrillo en el bolso?” o “¿cómo no te van a doler las cervicales con tanto peso?”. Me gusta cargar con bolsas pesadas del supermercado. Hace unos meses hablé sobre el tema de dormir tapada aquí. Creo que algo tiene que ver también.
EN EL TRABAJO Siempre me han dicho que tecleo muy fuerte y creo que tienen razón. Sobre todo tras darme cuenta de que “casualmente” siempre dejan de funcionar algunas letras de los teclados de mis ordenadores. Por otro lado, a veces me preguntan si estoy enfadada porque cierro los cajones a golpes. Y no, no estoy enfadada ni me había dado cuenta de los mamporros que voy dando. Lo curioso es que el ruido tanto con los teclados como los cajones normalmente no me molesta si lo hago yo y no lo soporto si lo hacen los demás.
Y tanto en casa como en el trabajo, soy la reina de los moretones que aparecen sin saber cómo me los he hecho y, a la vez, puedo golpearme 1000 veces con la misma esquina de la misma mesa.
Hasta aquí algunos ejemplos más de estas pequeñas cosas que me hacen NeuroDivina 😉
Hoy quiero contar algunas cosas relacionadas con el deporte, como continuación del artículo que publiqué ayer sobre integración sensorial, en el que explicaba el patrón de bajo registro de mi perfil sensorial. Cosas relacionadas con mi fuerza descontrolada y mi torpeza, que me vinieron a la cabeza según íbamos comentando los resultados de mi perfil con la terapeuta ocupacional.
PÁDEL – edad adulta
Me gusta jugar al pádel, o más bien intentarlo. Alguna vez he recibido clases y siempre me dicen lo mismo: “tienes buena técnica pero tienes que conseguir controlar la potencia”. Vamos, que doy unos golpes que dejo las bolas temblando. Cuando he quedado para ir a jugar, siempre pregunto cómo son las redes de protección y qué hay alrededor de la pista, ya que siempre (sin excepción conocida) mando las bolas fuera. Además, me molesta que las palas sean tan ligeras, al contrario que la mayoría, supongo.
A raíz de hablar sobre esto, me acordé del siguiente deporte.
GIMNASIA RÍTMICA Y ARTÍSTICA – infancia
Uno de los pocos deportes que me gusta ver es la gimnasia, tanto rítmica como artística, femenina y masculina. Y en uno de mis tantos cambios de “aficiones” decidí que quería hacer gimnasia rítmica. Yo, la que en un intento de tocarse los pies, no llega más allá de las rodillas. Además era lo que practicaban las niñas “populares”, así que se convirtió en algo imprescindible en mi carrera para conseguir encajar y ser como las demás. Me apuntaron a un centro cerca de mi casa, en un polideportivo, y recuerdo lo feliz que estaba con mi maillot empezando a formar parte de eso que tanto me fascinaba. Resultado del experimento: duré pocas semanas. A parte de no tener ningún tipo de gracia, con mis movimientos bruscos, colé los aros varias veces en el techo. Si me decían que lanzáramos el aro hacia arriba… pues aparecía mi potencia descontrolada dándolo todo. Alguna compañera se llevó más de un pelotazo o “cuerdazo”. Las mazas no me dejaron ni tocarlas. Nos propusieron, amablemente, que mejor probara la gimnasia artística. Vamos, les pasaron el muerto a los del otro lado de la pista donde entrenábamos. Mi maillot maravilloso y yo cambiamos a gimnasia artística y allí la potencia la pude mostrar volando por encima del potro o el “plinto” sin tocarlo. Y alguna vez tuve el don de darme de cabeza cual bola contra los bolos. Hace falta recordar también que, además, soy torpe y muy poco elástica. Así que duré poco y nunca entendí por qué tuve que dejarlo (ahora supongo que por petición popular) pero por lo menos tengo el recuerdo de participar en una exhibición en la que me sentí muy feliz y realizada por el simple hecho de estar allí, siendo una más de todas esas niñas a las que idolatraba en mis sueños. De ese mismo día recuerdo caídas a lo bruto en prácticamente todos los aparatos del circuito. Pero me dio igual, porque yo estaba allí con mi maillot y mis compañeras.
¡Hasta aquí dos ejemplos de la infancia y la edad adulta!
Hace unas semanas escribí sobre mi primer contacto con la terapia ocupacional y mi perfil sensorial.
Tras entender que tengo un Desorden en el Procesamiento Sensorial, empecé a relacionar muchas cosas que me han ocurrido a lo largo de mi vida y que, de momento, me siguen pasando.
En el perfil sensorial se analizan 4 patrones (¡ojo! no soy profesional y puede ser que me equivoque en algún tecnicismo): – Bajo registro – Buscador sensorial – Sensitivo – Evitación sensorial
Quiero ir hablando sobre todos ellos, empezando hoy por:
EL PATRÓN DE BAJO REGISTRO El patrón de bajo registro corresponde a personas con un umbral de registro alto y una autorregulación pasiva. Según Dunn, son personas que se pierden más estímulos que los demás. Pueden parecer personas con falta de interés y que pasan desapercibidas. También puede parecer que tienen poca energía y dificultades en la coordinación y conciencia corporal. En mi perfil sensorial, el resultado obtenido estaría “muy por encima que la mayoría de las personas”. (Citado textualmente de mi perfil sensorial, yo no tengo capacidad para redactar cosas tan profesionales)
¿Has entendido algo? Yo tampoco lo entendí sin ejemplos y Júlia (terapeuta ocupacional en OTFIC) me lo explicó con ejemplos que pude entender enseguida y todavía sigo hiperventilando de la emoción.
En mis respuestas se observan alteraciones en el procesamiento del movimiento como, por ejemplo, chocar con objetos del entorno y en el procesamiento táctil cuando, por ejemplo, me salen moretones que no recuerdo como me los hice. Así como la necesidad de un mayor tiempo que otras personas para iniciar y completar tareas. A veces, realizo más fuerza de la necesaria y no me doy cuenta. Por ejemplo, a la hora de jugar a pádel o de lanzar una pelota. Por otro lado, prefiero vestir con ropa de un mayor peso (chaquetas, zapatos…) y llevar bolsos pesados o cargar con bolsas llenas. Tengo tendencia a decantarme por actividades de mayor carga propioceptiva como, por ejemplo, caminar por la montaña.
En el ámbito social, el bajo registro se puede ver relacionado con la dificultad a la hora de entender bromas o ironías, así como seguir lo que las personas dicen cuando hablan de temas desconocidos. Estos aspectos han hecho que tienda a evitar participar en situaciones sociales en grupos de personas.
Vamos, que soy una joyita maravillosa y única (ironía)
¡Ahora en serio, esto me ha dado taaaaaaaaaaaaantas respuestas!
Todo esto que he contado acerca de mi perfil sensorial y el bajo registro me ha ayudado a entender cosas que esta semana voy a ir contando con ejemplos diferentes cada día. Empezando mañana por los deportes y todas las anécdotas que siempre he contado riéndome pero que ahora le he encontrado el porqué (¡¡por fin!!)
Una de las cosas que me han salvado la existencia desde niña han sido, sin duda, los auriculares. Es una de mis herramientas de autorregulación por excelencia.
Desde mis primeros “walkman” (una tiene una edad ya), ya no he podido vivir sin ellos.
Aunque tras el primer confinamiento debido a la pandemia mi hipersensibilidad acústica se ha visto perjudicada y los necesito más si cabe, siempre los he usado:
Para salir de casa sola: siempre puestos (con o sin música) aunque sea para bajar la basura. Es algo automatizado en mi ritual para salir de casa.
Si no voy sola: siempre en el bolso, aunque sepa que no los usaré desde que salga de casa hasta que vuelva.
En casa (aunque esté sola): por la noche casi siempre y el resto del día según el nivel de ansiedad.
De niña: en el coche, en todos los viajes y desplazamientos.
La música siempre ha formado parte de mi vida. Y más ahora que forma parte de mi día a día laboral. Siempre ha sido una de mis herramientas de regulación emocional que me ha acompañado..
La excepción para usarlos podría ser cuando estoy en estado de shutdown o burnout, o sea cuando me quedo sin energías y la hipersensibilidad se me agudiza tanto que no tolero ni la música y, alguna veces, el hecho de notarlos en mi cabeza u oídos.