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Han pasado 6 meses desde mi diagnóstico de TEA-1 (Trastorno, aunque prefiero decir Condición, del Espectro Autista Nivel 1). Un tiempo en que he aprendido algunas cosas sobre el espectro autista y sobre mí como persona. 

Durante estos meses he vivido, y sigo viviendo, un proceso de duelo intenso que poco a poco se va disipando para dejar paso a una nueva etapa de descubrimiento y reafirmación de “mi yo”. 

Siempre hablo del alivio con el que he recibido el diagnóstico, lo sé. Pero una cosa es el alivio por saber lo que te pasa y otra es asimilar lo que te han dicho. 
Ahora sé que tengo la condición de autista como una parte de mí. Puedo decir que lo entiendo, lo asimilo y hasta lo abrazo. Hasta aquí bien. Pero… ¿Y ahora qué? ¿Ahora qué pasará? 

En mi caso me siento muy afortunada por estar muy bien acompañada con Judith, de Associació Asperger Catalunya (donde hice el diagnóstico), que me está ayudando a poner paz y orden en todo este caos que tengo en mi cabezota. 
Pero hoy me apetece contar alguna reflexión sobre las situaciones en las que me he encontrado y cómo voy gestionando estas preguntas que me han ido surgiendo. 

Por un lado, al explicarlo, me he encontrado con varias reacciones en mi entorno como, por ejemplo: 

1- Quienes lo han ignorado quizás porque no han notado nada diferente y simplemente no le han dado importancia o bien porque han preferido olvidar esta información.

2- Quienes han querido saber más y, en la mayoría de los casos, me han dicho que ahora entienden muchas cosas, muchas reacciones mías que no entendían y están contentos.

3- Quienes han preguntado cómo estoy y si necesito algo por su parte. Normalmente suelen ser los del punto anterior y en ningún caso los del primer punto. 

4- Quienes han pensado que es una “tontería de esas mías” y… esos simplemente ya no están. ¡Y menos mal! 

También me he encontrado con el comentario tipo bueno, eres adulta, ya sabes de qué va la vida y te desenvuelves bien *(podría ser una versión extendida del “no lo pareces”) y dan por hecho que todo va a seguir igual, porque en realidad nada ha cambiado. Estos suelen ser los del punto 1 y 4 .
Y cuando encima me lo dice alguien en tono de “verdad verdadera y única” (estos son exclusivamente el punto 4) pienso algo así como: sí, claro (que sí, guapi), llevo 40 años viviendo la inclusión en vena y sin dosificar, volviéndome loca por encontrar mi lugar, por entenderme a mí, a ti y a todos. Y he llegado hasta aquí para quedarme con los brazos cruzados.
Cuando acabo de pensar todo esto, digo “sí” y sonrío al estilo Miércoles Adams. 

* ¡Ojo! Hay que ubicar bien esta frase, ya que yo misma y todos la podemos decir en algún momento dado, pero es en un contexto concreto en que te hacen sentir mal.

Es cierto que he ido adquiriendo herramientas para sobrevivir, claro, pero lo que necesito ahora es saber quién soy y necesito herramientas para vivir de una manera más sana.
Si he hecho todo este proceso es para que las cosas cambien, para estar mejor, para ser más feliz. No para seguir igual. Ni hablar. 

Como iba diciendo quiero saber, o mejor dicho, descubrir “quién soy”. Porque en mi caso, una de las cosas que más me angustiaron durante el diagnóstico, fue el darme cuenta de ese enmascaramiento o camuflaje que tanto he usado y me hacía (y hago) la pregunta una y otra vez de “¿Cómo soy en realidad?” o “¿Cuál es mi yo de verdad?”.
Quizás también puede ser que esté un poco aturdida por el exceso de información que he ido procesando en tan poco tiempo y según vaya ordenando cosas, iré encontrándome.   

De momento, una de las cosas que que sí puedo decir sobre el  “¿Y ahora qué?” es que para los adultos lo que hay en cuanto a terapias y acompañamiento en general, más allá de la terapia psicológica, es un DESIERTO. Y no hablo sólo del acompañamiento desde la Sanidad Pública con los escasos recursos que tienen (supongo… supongo…. supongo…). Sino de lo mucho que cuesta encontrar especialistas, por ejemplo, en integración sensorial para adultos. ¿Acaso dejamos de necesitarla?

Una vez más, insisto: la atención temprana y la estimulación precoz en niños son tan necesarias como la atención y el acompañamiento en adultos.

 

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