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PARVULARIO 

Era una niña educada, tranquila y reservada. Me llevaba bien con todos mis compañeros y no recuerdo haber tenido peleas. Ni siquiera discusiones.   
Me encantaba la clase de música y leer. Lo de “reseguir” líneas, el dibujo y las manualidades no era lo que más me gustaba ni mejor se me daba. Excepto hacer bolitas de papel o plastilina, eso sí.

Tengo algunos recuerdos curiosos del parvulario, a parte del terror de la natación, como por ejemplo el día que mi profesora se disfrazó de payaso (no me hacen ninguna gracia); o lo mimada que me tenía la cocinera que me perdonaba el melocotón; o el día que un niño le dijo a su madre que yo iba a ser su novia y sentí vulnerada mi intimidad de tal manera que sigo recordando ese momento como si fuera ayer…   

Recuerdo el nombre de todos mis compañeros (de los 3 a los 6 años), los olores del sitio y el tacto de la caja metálica de rotuladores. 

 

PRIMARIA

Cuando pasé a la escuela de primaria, recuerdo que no entendía por qué leían tan despacio los otros niños. No me planteé nunca que la que “leía diferente” era yo… simplemente lo atribuía a que en mi guardería nos habían enseñado muy bien. Pero era algo que me guardaba para mí. 

En clase lo único que quería era pasar desapercibida y necesitaba aceptación de mis profesores. Era terriblemente insegura y me moría de vergüenza si tenía que salir a la pizarra o hablar. 
No era una estudiante brillante, más bien del montón y bastante justa en cuanto a notas. Siempre me ha costado horrores ser organizada para el estudio y concentrarme.  Eso sí, cuando me interesaba algo, entonces sí sacaba buenas notas y disfrutaba mucho. 

El comedor siempre fue un sitio que me horrorizaba por el ruido, por las multitudes, por los olores, por las prisas, por el tipo de comida, por la cola en la entrada… por todo.   

No recuerdo bien a qué jugaba en el recreo, a cosas más de “niño” que de “niña”, eso seguro,  pero sí que recuerdo cómo era el espacio.
Me gustaba hacer el pino o cualquier juego que supusiera estar del revés. Aún ahora ponerme con la cabeza para abajo es algo que me relaja.

Tengo recuerdos raros, como por ejemplo el de una profesora que arrancaba con un hilo los dientes que se movían. O recuerdo un día que un niño se quedó inconsciente en el patio, tras darse un golpe en la cabeza con el canto de un banco de cemento. De esto último recuerdo la temperatura y el olor del patio. Desde entonces siempre que veo un banco de cemento como el de ese patio, me acuerdo de esa imagen.  

Tuve 3 cambios de colegio por distintas circunstancias familiares, no por mal comportamiento ni nada de eso. Siempre he pensado que eso era lo que no me permitía crear vínculos a largo plazo. Ahora creo que a pesar de tener algo que ver, no es para nada la causa principal de mi dificultad en crear vínculos y mantener las amistades. 

Las fiestas de cumpleaños no me gustaban, principalmente por el ruido, el tipo de juegos, los nervios de los otros niños y por la duración. No recuerdo si me invitaban a todas o algunas o a ninguna…. La verdad es que no recuerdo muchas fiestas.

En definitiva creo que, resumiendo y generalizando, pasé esta etapa de mi infancia siendo bastante invisible para los demás y siendo algo confusa para mí, que iba llenando el depósito de “dolor silencioso” poco a poco. 

Durante el diagnóstico tuve que analizar muchas cosas y sí que existe algún episodio más duro durante esta etapa que espero poder ir compartiendo más adelante. Pero de momento me siento más cómoda hablando en términos más generales.

Próximo capítulo: el colegio en la adolescencia.

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