Hablando sobre cómo era de niña, durante el proceso de diagnóstico de autismo, me di cuenta de algo que me hizo sentir frágil: mi funcionamiento por patrones en búsqueda de aceptación.
Sentí como si la fortaleza que había ido construyendo a lo largo de tantos años se desmoronara como un castillo de naipes con un soplo de viento casi imperceptible.
Cuando intento recordar cómo era de niña, como ya he contado aquí, era más bien tímida, introvertida, educada y muy observadora. Y es que si algo me caracteriza a lo largo de mi vida es el hecho de sentirme como una espectadora en la mayoría de las situaciones.
No reprocho a nadie que me dejara de lado, ya que seguramente yo misma me arrinconaba. No sabía hacerlo mejor. Necesitaba hacer algo tan simple como observar y aprender. ¿Aprender qué? Pues aprender a imitar, a actuar… ¿Quizás a ser como los demás? Necesitaba encontrar un sitio donde me sintiera cómoda y menos insegura.
Lamentablemente no encontré nada mejor que un segundo plano, una fila de atrás, una butaca de segunda.
Creo que recuerdo la primera vez en que creí ser feliz por ser aceptada y… ¡Hasta protagonista!
Estaba en casa de unos familiares a los que solía visitar con muy poca frecuencia. Me dejaron allí para que jugara con otros niños y empecé a hacer el “payaso”. Cuando me vinieron a buscar, los niños dijeron con mucha euforia lo bien que lo habían pasado y que yo era muy divertida. Recuerdo perfectamente el felicitarme yo a mí misma por lo bien que lo había hecho (objetivo logrado). Desde entonces cogí este rol en muchas situaciones. Y aun ahora creo que me resulta más fácil hacer el tonto que tener una conversación convencional.
¡Ojo! Me gusta hacer lo que muchos consideran “tonterías”, pero a lo que me refiero más arriba es al momento en que esto se convierte en una herramienta para socializar, incluso para lograr un protagonismo efímero.
A mí las tonterías me apetece hacerlas por placer (y muchas), no como herramienta forzada para socializar.
Todo esto lo explico para concluir que he tardado muchos años en entender que la vida no es lo que los demás esperan de mí, o que no se trata de ser aceptada sino de ser feliz. Y que la única aceptación que realmente necesitaba era la mía propia.