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Quitarme la máscara no siempre es fácil. Tanto por tener que cambiar mi manera de “actuar” en sitios donde tengo muy interiorizado mi papel enmascarado para encajar y, así, cumplir con todos los cánones de comportamiento posibles. Así como por el simple hecho de que ni siquiera me doy cuenta en algunos entornos hasta que llego a casa y lo analizo.

Lo que sí he notado los últimos meses es que, al ir analizando mi pasado y mi presente desde este nuevo paradigma; hay muchas cosas que yo creía que me gustaban y no era, ni es, así.
Tenía tan interiorizado el tener que encajar a toda costa, que me había llegado a engañar a mí misma creyendo que me gustaban cosas que, en realidad, no me gustan ni me hacen feliz. Y me atrevería a decir que más bien me agotan y me hacen sentir mal. 

Esto me estaba ocurriendo tan a menudo, que hace unas semanas tuve que frenar y bajar el ritmo. Creo que me sentí sobrepasada por descubrir tantas cosas.  

Y tengo que darle las gracias una vez más a Judith, con quien sigo terapia semanal, por recordarme a menudo que dosifique. Porque con lo impulsiva e intensa que soy, había rebasado todo límite de velocidad posible en auto analizarme y querer avanzar. 

Creo que no somos conscientes de todo el trabajo que tenemos que hacer tras recibir un diagnóstico tan tardío. Yo misma, estaba tan eufórica y me sentía tan liberada, que no tenía ni idea de lo que iba a venir cuando fuera descubriendo más y más cosas. Tenemos tantos porqués para resolver, tanto que perdonarnos y tantas heridas por sanar; que pensar en el futuro conociéndome como nunca, pasa a estar en un segundo plano. 

Por todo esto insisto en la importancia, y necesidad imperiosa, de tener acompañamiento psicológico tras recibir un diagnóstico. Y ahora mismo no lo tenemos si no es pagando de nuestro bolsillo.

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