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Siempre he pensado que no soy una persona competitiva. Vamos, estaba convencida.

La realidad es que creo que soy tan competitiva que evito muchas cosas por el miedo al fracaso. 

Por un lado, siempre pensaba que me daban igual las competiciones e, incluso, que las rechazaba. Y es verdad que puedo evitar cosas como competiciones por el estrés, a nivel de interacciones sociales, que me supone. Pero no nos engañemos, me da una rabia insana perder.
Por otro lado mi (hiper)autoexigencia es tan bestia que no soporto el fracaso que me supone cualquier cosa que no roce la perfección con la que la he imaginado. 

Todo esto es curioso y contradictorio, porque soy una persona muy impulsiva. Pero supongo que lo soy cuando no tengo “nada que perder”. 

El miedo y la frustración son cosas que, lamentablemente, han estado muy presentes a lo largo de mi vida. 

Y una de mis grandes máscaras siempre ha sido el camuflar esa competitividad extrema y esa poca tolerancia a perder o a no cumplir mis objetivos. Una vez más sonreía y cargaba con el desgaste de simular que no pasaba nada.

¡Estoy trabajando en mejorar esto! Para empezar, estoy aprendiendo a rebajar el nivelazo de los objetivos que me marco.

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