Tengo pocos recuerdos de la adolescencia en general. Fue una época confusa, como para cualquier adolescente, supongo.
Mi adolescencia creo que fue bastante fácil para los que me rodeaban y un infierno para mi cabeza. Creo que es donde puedo ubicar mis primeros recuerdos de reconocer la ansiedad como tal.
Si como niña me costaba entender el mundo, imaginaros con las hormonas revolucionadas.
En mi casa siempre dicen que sigo estando en “la edad del pavo” (a mis 41 he conseguido que no me siente mal, tampoco bien).
A lo que iba. En el colegio, una vez más, tuve un papel de chica bastante invisible. En general, era la amiga de todos pero de nadie en concreto. La que cae bien y ya está. La alumna con notas más bien justitas, introvertida, nada conflictiva y con un sentido del humor “muy mío”.
No sé si me tomaban el pelo, es bastante probable que sí, pero obviamente no me di cuenta.
No me gustaban las injusticias, la prepotencia ni la discriminación.
En mi caso no sufrí bullying, pero sé que muchas personas con este mismo diagnóstico han tenido infancias muy duras en el colegio. No puedo ni imaginar lo que debieron pasar. Ojalá algún día nadie, con o sin diagnóstico de autismo, tenga que pasar por algo así.
Las clases no me gustaban más o menos por la materia o asignatura que tocara sino por el profesor o profesora que la impartía y, sobre todo por cómo la impartía.
Igual que en los primeros años, me generaba mucha angustia tener que participar en clase. Menos en la de flauta dulce, que me encantaba y creo que se me daba bien. Si me sentía segura, todo iba bien. Nada extraordinario imagino en una adolescente, pero el problema es que raras veces me sentía segura y por ende me sentía bien.
Pasé una temporada (larga, muy larga) que recuerdo que tenía bastantes pesadillas, me despertaba por la noche y me dormía en el suelo, para no molestar, al lado de la cama de mi madre; con un cojín azul con el que todavía duermo.
Esa misma época, tenía unos dolores de tripa terribles cada mañana e ir al colegio se convertía en una tortura. Recuerdo llamar al interfono de casa en algún intento, fallido siempre, de poder quedarme.
He intentado analizar esa angustia muchas veces y es algo que me queda pendiente resolver, aunque creo que ahora empiezo a tener muchas pistas para poder archivar este mal recuerdo.
Ahora voy a exponer algunas situaciones que me generaban angustia y cómo creo que se podrían haber resuelto “mejor”:
Participar en clase
- Qué me hacía sentir mal: no saber cuándo y cómo me tocaría exponerme a mis compañeros y profesor/a. El miedo al fracaso y a la burla. Sentirme bloqueada por el simple hecho de anticipar pensamientos negativos sobre lo que pasaría si me equivocaba o si me ponía roja… lo que fuera. Tampoco es que me apasionara hacer trabajos en grupo, pero a la vez eran una buena excusa para esconderme y dejar que otros cogieran las riendas.
- Cómo creo que me hubiera sentido mejor: con anticipación y refuerzo positivo. Con acompañamiento para aprender a equivocarme sin miedo. Con alguien que viera ese miedo en mi mirada y me hiciera sentir en un sitio de confort y respeto.
Deberes
- Qué me hacía sentir mal: me costaba (y cuesta) mucho organizarme, tanto en horarios como en priorizar y ordenar tareas.
- Cómo creo que me hubiera sentido mejor: ni idea. Es algo que me sigue afectando en mi día a día.
Exámenes
- Qué me hacía sentir mal: el silencio y escuchar ruiditos, como los de la tripa, que no me dejaban centrarme en el examen. No ser capaz de sintetizar o de redactar de manera ordenada cuando eran preguntas de desarrollar. Incapaz de “empollar”; necesito entender lo que tengo que aprender.
- Cómo creo que me hubiera sentido mejor: con música (vale, sé que esto no puede ser si hay más gente), con más exámenes tipo test, pruebas con más creatividad y menos empollar (memorizar sin más)…
Y puestos a elegir, me hubiese gustado que me dejaran sentar cerca de la ventana o de la puerta. Me agobia(ba) mucho sentarme “enmedio”.
En cuanto a amistades en el colegio, siempre me he sentido más cómoda en el mano a mano que con grupos. Aunque por adaptación social, por llamarlo de alguna manera, he estado siempre en grupos de “amigos”.
Tuve algunas amigas con las que sí que he mantenido contacto y a quienes quiero dedicar un espacio bonito porque son sencillamente mágicas por hacer más fácil mi vida..
En cuanto a “amores”…. en resumen: nada destacable. Vivía las historias ajenas como quien sigue una película, soñaba despierta y nunca me enteraba si yo le gustaba a alguien.
Y hasta aquí un poquito de mis recuerdos de la adolescencia.
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