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La Nochevieja siempre había sido mi día “favorito” en este periodo de festividades, aunque hace ya unos años que fue perdiendo fuerza. 

Esta celebración, de por sí, supone un cúmulo de emociones. Y yo soy intensa en estos temas, ya sabéis… de cero a cien, y viceversa, en nada.
En fin de año, por un lado solemos hacer el balance de todo lo ocurrido los últimos meses y, por otro lado, es una explosión de nuevos propósitos y deseos para el año entrante. 
En mi caso, mis deseos solían ser muy fuertes, diría que desesperados, igual que lo era la frustración al hacer el balance y ver que, una vez más, no lo había logrado.

Mis deseos solían ir enfocados en buscar desesperadamente mi lugar en el mundo. Y podían ser cosas como: 

  • Tener un trabajo como fulanito, al que tanto admiraban todos..
  • Encontrar una pareja para ser igual de “feliz” que esos otros tan populares. 
  • Aprender a ser presumida para vestirme y arreglarme como menganita, que siempre aparentaba ser feliz.. 
  • Tener una casa tan bonita como X.
  • … y un largo etcétera cargado de superficialidad.

Deseaba con todas mis fuerzas que ese año fuera el que, por fin, lograra ser feliz. Pero se me olvidaba algo importante: preguntarme qué era lo que me podría hacer feliz o, por lo menos, analizar qué era lo que no me hacía feliz.
En mi cabeza creía que alcanzaría la felicidad cuando lograra ser como los demás, sentirme identificada, sentirme parte de algo. Y no iba desencaminada. Pero la manera correcta no era transformándome en alguien que no era, sino que la manera indicada era descubriendo quien y cómo era yo realmente.

Este fue uno de mis errores eternos: creer que la felicidad se trataba de encajar, de satisfacer a los demás siendo como yo creía que esperaban que fuera. Y en este afán, desvirtué mi propia identidad y me olvidé mí. Dejé de quererme (si alguna vez me quise, que tengo mis dudas).
Llegué a creer que estaba rota, defectuosa, y lo correcto era ser como los demás, aunque me doliera. Supongo que esto es lo que se nos inculca en nuestra sociedad: que salir de lo establecido como correcto, está mal. Una sociedad que da la espalda a la diversidad que la conforma. 

Precisamente la Nochevieja antes de tener el diagnóstico decidí que no quería ni propósitos, ni expectativas, ni nada de nada. Tiré la toalla en seguir la búsqueda de algo que me hacía más mal que bien. Estaba cansada. 

Unos meses más tarde recibí el diagnóstico y empecé a entender muchas cosas. Entre otras cosas, entendí que pasar la noche de fin de año sola en casa, está bien. Y está bien no porque esté socialmente bien visto sino porque es mi decisión. 

Gracias por estar aquí. Por no juzgarme. Por formar parte de este camino de descubrimiento.

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