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Cuando alguien me genera muchas expectativas sobre algo y luego no se cumplen, entro en un espiral de frustración que me puede durar días, semanas, meses y años. 

Si alguien me dice que una cosa será de una manera, yo me la imagino tal cual me lo plantean, literal; y reconozco que tengo poco margen de maniobra en cuanto a desviaciones sobre lo que me habían planteado. 

Evidentemente, si no se cumplen porque lo que sea es todavía mejor, no creo que tenga problema (obvio) y, seguramente, entraré en modo “euforia desatada”.
Pero, ojo, siempre y cuando yo crea que es mejor. No me sirve cuando los demás creen que es mejor. En este caso todavía me frustro más y lo más seguro es que tenga una mala respuesta con quien me intente convencer. 

Esto no es un reproche a nadie, porque muchas veces me las genero yo misma.  

Al fin y al cabo, las expectativas no dejan de ser “la posibilidad de” y, como he contado en varias ocasiones, la incertidumbre no me gusta nada.
Además, si tenemos en cuenta que también llevo mal los “ya se verá” y similares, volvemos a lo de siempre: necesito una comunicación clara, concisa y precisa. 

Así que antes de “futurearme” (palabro que me encanta) algo, prefiero que no se me diga nada si no es algo 100% seguro. 

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