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Si me preguntan si me gusta la Navidad, diría que no. Aunque en realidad no sé si realmente no me gusta, o lo que no me gusta es la manera en que tengo que afrontarla, digo celebrarla 😉  

Las fiestas navideñas son intensas y creo que en esto podemos estar todos de acuerdo, ¿no?. Los sentimientos encontrados no dan tregua y hay gente por todos lados.

De niña vivía las navidades con una ilusión posiblemente contagiada por mi entorno. Creía incondicionalmente en todo y en todos. Me encantaba coleccionar catálogos de juguetes, marcar los que quería (y sabía que no me traerían) y fantasear. Me emocionaba que vinieran los Reyes Magos, pero a su vez me daba mucho respeto que esos señores se metieran en mi casa. Y aunque no me trajeran lo que había pedido y mis expectativas no se vieran cumplidas,, les tenía máximo respeto. Era muy agradecida o, quizás, más bien resignada yo. Bueno, hasta cierto punto, a quién voy a engañar… porque el día que me trajeron una muñeca que lloraba (horror), se hacía pis y le salían granitos en el culo… ahí se pasaron de la raya y no me gustó nada. Me debió ofender que pensaran que a mi, a esa niña a la que le gustaba jugar a coches, le fuera a gustar eso. Pero bueno, a grandes problemas grandes remedios: fuera las pilas de la muñeca y a la estantería.

Recuerdo algunas noches de Reyes en las que tras la cabalgata íbamos a cenar fuera y a la vuelta a casa iba casi escondida por miedo a que me fueran a ver los pajes, porque en mi cabecita rígida me estaba saltando la norma básica de ir a dormir pronto la noche de Reyes. ¡Qué angustias! 

De adolescente recuerdo que ya empecé a ser el Grinch. Me agotaban esas fechas y me horrorizaba sólo de pensar en los tours que me tocaba hacer por distintas casas para ir a buscar regalos. Para mis compañeros era una gran ventaja ser hija de padres separados porque se multiplicaban los regalos que recibía. Pero para mí era un estrés importante, no os voy a engañar. Nunca he sido una persona materialista y prefería la tranquilidad al exceso de regalos; pero la tranquilidad en estas fechas no era una opción para mí.

Además, sentía como una obligación de mostrarme con una alegría desatada y una euforia que no me salía de manera natural; y me costaba mucho “fingir” todo eso.  Sentía la obligación de estar feliz y eso me enfadaba y me ponía triste a partes casi iguales. Cosa que me sigue pasando.

Para ser un poco contradictoria, algo que se me da genial, tengo que decir que una de las experiencias más emocionantes que he vivido ha sido la de ir de paje (¿paja?) en una carroza de la cabalgata de Reyes de Barcelona. La intensidad con la que viví esas miradas de los niños es algo que no olvido ni sé describir. Y, bueno, fue una manera de vivir una cabalgata pudiendo mantener las distancias 😉 

Ya de adulta tengo que reconocer que con la llegada de mis hijos, también llegó un cambio por aquí. Y es que ver cómo lo disfrutaban mis hijos y prepararlo todo, lo compensaba..Era bonito y emocionante, aunque agotador, muy agotador.

Pero ahora vamos a cosas serias y a hablar de lo que suponen estas fechas y cómo creo que podrían mejorar. 

SEMANAS ANTES
Las semanas previas a la Navidad estoy irritable, por no decir que no me soporto ni yo; y triste.
Me remueven muchas emociones o sentimientos o lo que sea; porque la Navidad remueve y yo, la reina de la anticipación y el #futureo, ya estoy pensando en todo esto bastantes semanas antes.
Además, lo más seguro es que me toque  tomar decisiones y poner límites e intentar no sentirme culpable por ello. Porque es muy fácil decir que tenemos que poner límites y “adaptar” las Fiestas para no ir de colapso en colapso, pero a la hora de la verdad, a mi me cuesta mucho anteponer lo que yo necesito a lo que los demás quieren.

DURANTE LAS FIESTAS
Algunas cosas que ocurren:

  • Se rompe mi rutina y aunque tenga vacaciones, eso siempre hace que la ansiedad esté ahí asomándose para saludar.
  • Se multiplican las interacciones y los compromisos sociales.
  • Hay mucha gente en todos lados. 
  • Hay más ruidos y luces en general. 
  • En algunas ciudades se hace uso de la pirotecnia. 

DESPUÉS DE LAS FIESTAS
Tocada y hundida. Agotada. Derrengada. Sin energía. 
Es importante  planificar unas semanas más tranquilas tras la Navidad para poder recuperar energía. 

QUÉ PODRÍA MEJORAR NUESTRA (tuya y mía) EXPERIENCIA

  • Escúchame y ante la duda, pregunta.  Y si quieras transmitirme algo por tu parte, hazlo y no des por hecho que “debería saberlo”.
  • Hagamos pactos. Si te hace mucha ilusión que vaya a una comida, iré pero entiende que me vaya, por ejemplo, después de los postres, sin sobremesa y sin tener que escuchar reproches.
  • Podemos habilitar un espacio tranquilo en el que me pueda regular las veces que lo necesite.
  • No me hagas preguntas genéricas tipo “¿estás bien?” porque te diré que sí por inercia. Hazme preguntas concretas tipo “¿necesitas salir un rato?” o “estamos haciendo ruido ¿quieres ponerte los auriculares un rato?”.  
  • Si me puedes anticipar el menú, los horarios  y quiénes estarán, te lo agradeceré mucho. Porque preguntarlo a veces me cuesta, por no querer ser “pesada”. Necesito esa anticipación.
  • Permíteme disfrutar a mi manera la emoción al recibir un regalo. No siempre reacciono como los demás esperan. A veces ni siquiera reacciono por la intensidad de la propia emoción que estoy sintiendo. Dame mis tiempos y ayúdame a validar mi manera de procesar y expresar mis emociones. 
  • Entender que necesite reducir / dosificar las interacciones y gestiones que no sean estrictamente necesarias.

En resumen: COMUNICACIÓN Preguntar, escuchar y  respetar. 

Y para finalizar, confieso que una de las cosas que más me gusta de la Navidad son los villancicos. Me resultan curiosamente #ecolálicos (¿palabrO?) y reguladores.  Pero, en los encuentros familiares, igual que hago con el “cumpleaños feliz” haré playback ;-). Yo soy de cantar y desafinar en la intimidad. 

Así que aquí va uno para desearos Felices Fiestas para quienes las disfrutáis y ánimos para quienes las sobrevivís. 

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