Siguiendo con esas cosas del día a día que me cuestan, las conversaciones de ascensor es de las cosas que, aún pareciendo una tontería, me generan malestar.
Tengo que decir que, gracias a esto, mi cuerpo me debería agradecer todas las escaleras que subo andando a diario.
Sé que la teoría es “fácil”: hablar de algo superficial. Pero en este contexto no me sale de manera natural las conversaciones superficiales típicas sobre el tiempo o sobre algún tema de actualidad. Aunque las haya ensayado mil veces. Me quedo callada, aguantando un silencio incómodo acompañado de mil ruiditos que me abruman y me sale un canturreo bajito, con o sin suspiro; o voy repitiendo una misma palabra o frase como “bueno”, “pues bien”, “sí sí”… mientras pienso qué puedo decir.
Porque, encima, cuando entra alguien al ascensor, me quito los auriculares como por “cortesía”. Y si a la otra persona le da por darme conversación, es altamente probable que yo conteste con monosílabos o murmullos. No me sale nada más.
Mi problema no es tanto el hecho de tener que hablar con un desconocido, que también, sino el hecho de sentir invadido mi espacio.
Y las conversaciones de parque ya ni os cuento… son las conversaciones de ascensor a la enésima potencia. Pero por lo menos son al aire libre y los niños siempre ayudan a interrumpirlas y poder huir de ellas. Aunque confieso que podría contar con los dedos de las manos las veces que he ido al parque 😉 Somos más de ir a museos u otras actividades con música.
Así que, teniendo en cuenta que no es nada vital, creo que seguiré subiendo escaleras y evitando conversaciones de ascensor.