Skip to content Skip to footer

Escribiendo para el diagnóstico sobre mi infancia, si no recuerdo mal, diría que era una niña más bien tímida, introvertida y que se llevaba bien con todo el mundo. No recuerdo ninguna pelea, ni siquiera una discusión, con otros niños. Nunca tenía, ni quería, el papel de líder; y sin duda prefería pasar desapercibida aunque por dentro me causaba admiración la capacidad de liderar de otras personas. Eso sí, si me pedían opinión… la tenían.
Creo que era educada, tranquila y obediente. Y tozuda… TOZUDA y rencorosa… quizás rígida, pero por dentro. Por fuera me adaptaba aún costándome el precio de gripes, anginas, dolores de tripa y un largo etcétera.
Era observadora (aún ahora recuerdo cosas muy concretas de la guardería) y socialmente sonriente. 

No me gustaba nada hablar sobre mí ni exteriorizar mis sentimientos o mostrar mi malestar cuando me molestaba algo. Pero me resultaba muy reconfortante cuando alguien se daba cuenta y me lo transmitía de manera que no me resultara violento (¡Las miradas son tan poderosas!).
Me sorprendía mucho cuando veía riñas, me causaban malestar, y prefería no participar ni tomar parte de la manera en que se debía esperar a esas edades, porque seguramente me parecían una pérdida de tiempo y energía. 
Y va a sonar “raro” pero en general siempre me había resultado más fácil tener amigos que amigas.

Prefería el juego individual al colectivo. Nada de deportes de equipo (y en general de deportes) ni competiciones. 
No me llamaba especialmente la atención ir a fiestas de cumpleaños. En gran parte por la probabilidad de que hubieran globos, claro. 
En el parque, si podía elegir (o sea si no había cola para subirme), me gustaba columpiarme como si no hubiera un mañana, tirarme por el tobogán boca abajo cual Superman o ponerme colgada boca abajo en esas estructuras metálicas que con los años han ido desapareciendo (menos mal). Eso sí, donde se ponga un tablón de madera / conglomerado barnizado y un bosque con una buena pendiente, que se quiten los parques.

No me gustaba el color rosa, prefería el azul, y me gustaba jugar con coches, parkings, Lego, Playmobil, puzzles y juegos tipo memory. No me gustaban los juegos en grupo tipo parchís o monopoly.

Y escuchaba los vinilos de Pedro y el Lobo o el Principito con mi abuela.

Tampoco me gustaba especialmente jugar a muñecas. Prefería jugar a “aparcar coches”; o a lanzarlos hacia un objetivo para ver cuál se acercaba más dándoles el mismo impulso; o a ponerlos en fila. Lo que más me gustaba de una muñeca (Nenuco) era el “cochecito” para sortear obstáculos. 

Al final sucumbí y empecé a jugar con muñecas (Chabel, porque no me gustaban que fueran “tetonas” como una Barbie) a una edad en que las niñas me temo que ya casi no jugaban con ellas. E igual que con los supermercados de juguete y similares, a mí lo que me gustaba era imaginar los personajes y preparar las historias que iban a vivir o a montar “negocios” ficticios y hacer listas de cosas.  

Tenía peluches en la cama. Me encantaba sumergirme con ellos y quedarme dormida. De hecho los ponía por un orden preestablecido y cuanto más apretados estuviéramos, mejor. Me daba mucha tranquilidad. Sobre todo en época de pesadillas.

Eso sí, mi “juguete” favorito por encima de todos y que más me ha dolido haber perdido por el camino fue: una caja de zapatos de mi abuela con centenares de botones de distintas medidas, colores, texturas…Eso era el paraíso. 

Y el juguete que siempre quise y nunca tuve: El Sr. Potato. Con los años me he dado cuenta que igual Miss Potato era yo misma en mi vida social 😉

Aquí podéis encontrar más cosas sobre mi infancia.

Deja un comentario

Go to Top